El folclor salinense se enriquece con decenas de historia, anécdotas, cuentos y leyendas nacidos de la convivencia diaria y de la imaginación de cuenteros y juglares pueblerinos. Pertenecen a esa tradición oral historias como la del Jacho Centeno, el Juey que paró el tren, la Llorona, la perra que acompañaba los entierros desde la Iglesia al camposanto y regresaba a la Iglesia a esperar el próximo, del enorme juey convertido en padrote y cientos de anécdotas ocurridas a personas del campo y del pueblo. En fin hay material para que nuestros nietos curiosos cuenten y cuenten hasta el final de los tiempos.

Pero también hay muchas historias, que para la gente pueden sonar increíbles pero que si ocurrieron. Tengo varios amigos que han montado un nuevo Senado en la plaza Delicias los domingos en la mañana. En ese foro de tertulianos Tito Picolino, como lo llamamos de cariño sus amistades, contó la anécdota de la Casa bote “La Yegua Herida”.

Hace ya varias décadas a un grupo de amigos se le ocurrió construir una embarcación extraordinaria poco vista en las costas de Salinas. Además de ser un vehículo de esparcimiento y de pasar buenos ratos, pensaron que a la larga cumpliría un propósito turístico en el litoral de Salinas, tal como lo hace hoy la embarcación “La Paseadora”.

Con denodado afán hicieron los trámites para conseguir los materiales necesarios para su construcción. Decidieron utilizar la residencia de Tito Picolino como sede del astillero. Luego de varios meses se terminó por fin de construir la embarcación. Un navío, estilo Noé, el del diluvio, a la que la bautizaron con el raro nombre de “La casa bote La Yegua Herida” no sin antes chispearla con las bebida espiritual que tenían a mano.

A esta embarcación le instalaron un motor de un automóvil Studebaker al cual le invirtieron la trasmisión para convertirlo en uno marino. Aquí empezaron los problemas… Fue necesario tumbar una pared de la casa de Tito porque no midieron cuán grande quedaría la embarcación. Trasportarla hacia la Playa desde Talas Viejas fue una odisea, pero lograron tirarla al mar.

Para el grupo constructor compuesto por Tito Picolino, Víctor Juan, Jorge Lanausse, Fonsito Cruz, y de vez en cuando Don Moye y el Sargento Blakey, fue un momento de euforia pues la Casa bote navegó muy bien en nuestro Mar Caribe aunque con un inesperado problema. Como el motor estaba alterado, si tenían que virar a la izquierda el timón había que girarlo a la derecha o un viraje a la derecha había que darle vueltas al timón hacia la izquierda. En lo que se acostumbraron a manejar la embarcación según su inusual mecanismo que obligaba a hacer las cosas al revés fueron muchos los chascos que tuvieron con la casa bote.

Luego de dominar el funcionamiento de la Casa bote los tripulantes perdieron el miedo y empezaron los viajes hasta el islote de Caja de Muerto cercano a Ponce. Este viaje lo hicieron varias veces con la despensa llena de cervezas, ron, wiskey y el acompañamiento en todos los viajes de un ollón lleno de gazpacho.

Todo fue normal hasta que una tarde regresando de Caja de Muerto un mal tiempo cubrió los cielos y los rayos y centellas metían miedo. Una ola giganta partió la embarcación dejándola a la deriva hasta encallar en el manglar. Sin medios de comunicación y sin maneras de controlar el navío estuvieron perdidos unos cinco días comiendo gazpacho hasta que fueron rescatados.

No estoy seguro de lo que Tito dijo sobre el destino final de la embarcación. Pero lo que sí entendí es que todos ellos salieron ligerito de la casa bote, por buen tiempo no comieron gazpacho y hasta el sol de hoy ninguno sabe ni le interesa el paradero de la famosa Yegua Herida.

Y para los incrédulos, aquí está el retrato de la Yegua Herida como evidencia de que esta historia es verídica.

por Roberto Quiñones Rivera