Por José Manuel Solá
Puedo estar seguro de las cosas que escribo o digo pero no tengo control de la interpretación que se pueda dar a mis palabras, de lo que se quiera inferir de las mismas. En eso influye mucho lo que se mueve en el espíritu del interlocutor, sus experiencias previas, sus prejuicios, la percepción que se pueda tener de mis intenciones. Dije que sobre eso yo no tengo control alguno y digo que ni siquiera debo intentar enderezar lo que otros tuerzan o enreden porque, ¿cómo convencer a otros de que están equivocados cuando ya están convencidos, seguros, anclados, en su juicio? En ese caso prefiero callar y esperar-esperanzado a que el tiempo ponga las cosas en su justa perspectiva y que cada uno asuma la responsabilidad de rectificar. No puedo –ni debo- hacer más. Hay gente muy buena que ocasionalmente y probablemente sin comprenderlo cometen injusticias. Yo no los juzgo. Les concedo el beneficio de la duda y dejo todo en las manos del tiempo.
He compartido décadas, días o apenas horas con otras personas. Por ello afirman: “…es que yo lo conozco…” Realmente, nadie conoce a nadie. Para “conocer” a otra persona habría que caminar muchos lugares, toda una vida, en sus mocasines, capear las mismas tormentas, tropezar en las mismas piedras, padecer sus mismas heridas, cruzar muchos desiertos y hasta conocer el sabor del agua que ha bebido. Sólo Dios conoce al hombre. Y no somos dioses.
El peor traductor o intérprete es el ego. El ego puede nublar la razón, el entendimiento, el juicio. El ego genera fantasmas enemigos, nos puede hacer creer que somos atacados abierta o solapadamente. El ego ve conspiraciones aún donde se ha sembrado una flor, donde se ha tendido una mano. El ego puede convertir en megalomaníaco al más noble de los espíritus. Si, el ego es muy mal consejero, intérprete, traductor. Y a ese YO no hay luz, relámpago, resplandor o palabra, que le aclare el sentido de las cosas pues hasta en la caída de un pétalo ve una pedrada en su contra. Por ello, creo, es mejor callar, mantenerse al margen del camino para que cada cual prosiga su andar –por el camino que sea- sin obstáculos, reales o imaginarios. Siempre cabe la posibilidad, la esperanza, de que al final el cansancio obligue al ego a descansar y le permita mayor claridad. Si ello no llega a suceder es lamentable, pero entonces no hay nada que hacer excepto soltar y dejar ir.
Cuando una persona comienza a sentirse grande, deja de crecer. El día en que crea que soy único, imprescindible, insustituible, me perderé en mí mismo, en el engañoso YO, que, como dije antes, tan mal traductor puede ser. “Bienaventurados los pobres de espíritu…”
Bendigo el agua que calma mi sed aunque yo no he intentado nunca explicar sus propiedades. El agua es buena porque es agua. Hasta ahí llega mi entendimiento de las cosas.
© José Manuel Solá
Me encanta esta meditación que promueve la paz interior y el respeto al prójimo.
Aplausos para esta reflexión, que viene muy a propósito, de la sociedad actual. Vivimos seduciéndonos unos a otros como pavos reales sin darnos cuentas que se nos caen las plumas.
Cristo predicó hace dos mil años; pero las palabras se las ha llevado el viento y seguimos juzgando incapaces de vislumbrar verdades, porque nos fabricamos nuestras propias mentiras. Basta con mirar a la clase política…
Repito mis aplausos.
Te felicito por tan sencilla y a la vez profunda reflexión. Recoge la base fundamental de la tolerancia y la sabiduría que a su vez pavimenta el camino hacia una sana convivencia social. Adelante.