Al soldado Manteca
Al cabo Gómez le dieron un recibimiento de héroe en su pueblo.
Unos militares vestidos con uniformes de gala trajeron el féretro y lo depositaron en el lugar que les indicó el director de pompas fúnebres. Lo cubrieron con el pabellón de la patria y en posición de alerta, a ambos extremos del ataúd, se transformaron en piedra hasta que no quedó nadie en la funeraria.
Al otro día en la Iglesia repitieron el ritual y dos horas más tarde, en el cementerio, con el sonido quejumbroso de los tamboriles y la trompeta solitaria sirviéndoles de fondo, dispararon 3 tiros de salva al momento en que un dispositivo bajaba el sarcófago a su última morada.
Un oficial de alto rango le entregó a la madre una proclama presidencial, la bandera doblada en forma de triángulo y un cofre conteniendo el Corazón Púrpura, en reconocimiento al valor desplegado por el cabo Gómez en el campo de batalla.
Lo que no le dijeron fue que su hijo, lejos de haber caido abatido por las balas enemigas, murió de un balazo en la cabeza mientras dormía en su barraca.
© Josué Santiago de la Cruz