A José Luis González, que supo captar lo que viví personalmente en Nueva York cuando era una niña

El Charro de México acompañado de su famosa esposa presentaba su espectáculo ecuestre en el teatro  Puerto Rico de la  calle 138 cuando de repente ocurrió lo inesperado:  La ciudad que nunca duerme apagó las luces.  El caballo asustado por la oscuridad repentina se escapó.  A galope tendido recorrió la Tercera Avenida perdiéndose entre la multitud latinoamericana, como si  lo cabalgara el propio Simón Bolívar.

Los boricuas, a tientas o con velas, subieron hasta las azoteas de sus edificios residenciales.  Con la luz de la luna y las estrellas iluminando la velada, llenaron de palpitantes sonidos la noche de la urbe tocando alegremente sus congas, bongos,  guitarras, cuatro, maracas y  güiros. 

Desde lo alto de los rascacielos saludaron la llegada del opaco amanecer neoyorquino.  El apagón no impidió que fuesen como siempre han sido.

©María del Carmen Guzmán