El referéndum realizado el domingo pasado es una radiografía de la profunda crisis de liderato que padece Puerto Rico.  Los candidatos a la gobernación de los dos partidos principales salieron trasquilados del evento.  Tras bastidores, en ambas colectividades, surgió el tema de cambiar el jinete y buscarse un nuevo candidato a gobernador.  Si el MUS lo hizo, ¿por qué descartar la idea?  Pero ciertamente, no es tan fácil hacer realidad ese deseo.   A estas alturas del proceso, el caos político se apoderaría de las calles puertorriqueñas que hasta los mismos criminales serían amedrentados.

Tanto Fortuño como Alejandro se han ganado el premio de protagonizar la campaña política puertorriqueña más aburrida y desmotivada en toda la historia moderna del País.   Ese panorama se le atribuye a que ninguno de los dos se ha ganado el respeto de la gente porque no le merecen confianza ni credibilidad. Y esa son palabras mayores cuando de definir un líder se trata.

Así las cosas, porque no existen argumentos sólidos a favor de ambos candidatos, la gente termina resignándose y defendiendo: unos, que ante ese dilema es mejor escoger el menos malo entre los malos y otros, que “más vale malo conocido que bueno por conocer”

En opinión de observadores de la política puertorriqueña, si Alejandro quiere consolidar un triunfo, tendrá que despedir a su dirigente y destacar lo que lo hace diferente de Fortuño.

En otras palabras, Alejandro tiene que dejar de ser una fotocopia del actual gobernador.