Antes de traquear* un gallo, Paco se fue a recoger el testamento que Pancho dejó en caso de que muriera.  Así fue; días después de testamentar, el viejito murió de un infarto y otras complicaciones.

Después del entierro Paco fue a la oficina del abogado del pueblo y al abrir el testamento había una clausula donde la gran casona aledaña a la alcaldía perteneciera a él.

─Aguarda, dijo el abogado, debes 6,000 dólares en contribuciones.

A Paco casi le dio un infarto y fue a visitar al doctor.

─ ¿Tú no eres el hijo de Sécola? Le preguntó el doctor cuando entró a la clínica.

─ Si. Dr. Cardona ¿Cómo está?

─ Bien, hombre, ¡Cómo has cambiado, perdiste todo el pelo! Casi no te reconocía. ¿Qué haces por acá?

─ Vine a recoger los resultados de la biopsia que me hicieron, contestó.

─ A ver, a ver, pásame el sobre manila.

─ Humm…, los resultados dieron positivo y tienes seis meses de vida.

Al llegar a su hogar, triste y abatido, se encontró con un letrero que decía, “Estorbo público”.

Seis meses después del sepelio de Paco, la casona también había desaparecido para convertirse en un mal embreado y maldito estacionamiento que no genera un centavo de ingreso al municipio.

Hay veces que me siento en el banco de la plaza a contemplar la otra casona, la del doctor Cardona y recuerdo el día que Paco me dijo:

─ Si heredo mucho dinero nos vamos Héctor, Memo, tú y yo a comprar uno de los mejores gallos que dejó Trujillo.

Entonces comprendí que todo se hereda menos la hermosura.

Así como perdimos a Paco, la plaza perdió sus fuentes, su concha y la iglesia, los santos que protegían nuestro patrimonio.

 

© Kaminero

*Traquear: ejercitar, entrenar