por Rafael Rodríguez Cruz

Apenas se había firmado el Tratado de París, el 10 de diciembre de 1898, cuando arribó a Puerto Rico uno de los más prominentes ingenieros de hidrología de Estados Unidos. Su nombre era Herbert M. Wilson. Venía con el encargo expreso de evaluar las características topográficas y los recursos de agua dulce, con miras a ofrecer recomendaciones para un desarrollo agrícola de exportación avanzado. El interés por la geografía de Puerto Rico era considerable, tanto entre los promotores de la agricultura capitalista de exportación como entre los que favorecían un uso ‘conservacionista’ de los recursos naturales en Estados Unidos. Herbert M. Wilson tenía de ambas cosas, pues era amante de la naturaleza y un científico al servicio del imperio.

Para bien o para mal, Wilson llegó Puerto Rico en un momento muy especial: enero de 1899. La isla llevaba varios años de un desarrollo económico y comercial saludable, gracias a las reformas monetarias de 1894-1895 y al efecto del régimen autonómico otorgado por España en 1897. Todavía el ‘peso’ puertorriqueño se intercambiaba favorablemente con la moneda española y la proveniente de México. Faltaban meses para que el gobierno de Estados Unidos introdujera medidas económicas dirigidas a destruir la floreciente economía de Puerto Rico; tales como la prohibición del crédito agrícola (agosto de 1899) y la devaluación de la moneda puertorriqueña (abril de 1900). Aún más importante, faltaban siete meses para la llegada del ciclón San Ciriaco.

Wilson vino equipado de una buena cámara fotográfica, cuadernos para dibujos y libretas para anotar sus pasos por el país. Además de ingeniero hidrólogo, era experto en agrimensura y cartografía militar. Al otro día de su llegada, abordó un tren desde San Juan a Carolina, vía Río Piedras. De este último lugar, partió a caballo hasta Canóvanas. Subió el río de ese nombre hasta llegar a la Sierra de Luquillo. Escaló El Yunque. Ya de regreso a San Juan, viajó en un carretón por toda la antigua vía militar que llevaba a Ponce. Parándose en distintos lugares a ver los ríos y paisajes, visitó Caguas, Cayey, Abonito, Coamo, Juana Díaz y, finalmente, Ponce. El viaje de 80 millas, en el que atravesó diagonalmente la isla de noreste a suroeste, le tomó cuatro días. Ya en Ponce, Wilson contrató a varios cargadores y partió enseguida a ver el centro y oeste de la isla. Estuvo en Adjuntas, Lares, San Sebastián y Añasco, antes de llegar a Mayagüez. En las montañas, subió a las Tetas de Cerro Gordo y las Sillas de Calderón. Ya en la ‘sultana del oeste’, obtuvo una nueva montura de caballos y partió para Yauco, vía Hormigueros y San Germán. En Yauco tomó un tren para Ponce. Llegó a ver las lomas al norte de Guayama. Además de visitar las principales tierras de cultivo, Wilson estuvo en la cabecera de los principales ríos de Puerto Rico (24 en total), visitó los pueblos y habló con la gente. Su viaje por Puerto Rico es comparable, en propósito, al de los exploradores militares Lewis y Clark por todo el oeste de Estados Unidos en 1804. Se trataba, en ambos casos, de evaluar científicamente los recursos, en particular hidrológicos, de nuevos territorios adquiridos por el imperio.

La ruta de Wilson en 1899 es muy importante. Aunque se trata de un viaje olvidado por la academia, este hidrólogo ‘conservacionista’ fue la última persona en «pintar» un cuadro topográfico y social de Puerto Rico, en un momento en que la isla gozaba de bienestar económico y en que los recursos naturales estaban virtualmente intactos. No sabemos si Albizu Campos conoció la obra de Wilson, pero ambos coinciden grandemente en la valoración de la economía y geografía de Puerto Rico al momento de la invasión. Puerto Rico era el paraíso de la pequeña propiedad en El Caribe.

Además, y esto es central, la ruta de Wilson coincide con las áreas de mayor interés para el cultivo de la caña de azúcar: el noreste y el sur. Siendo un ingeniero hidrólogo, este se aseguró de visitar los principales ríos y fuentes de agua dulce. Puerto Rico no tenía entonces lagos naturales y cualquier proyecto de irrigación a gran escala dependería de un conocimiento detallado de los patrones de drenaje de la isla. Menos de una década después, comenzaría la construcción del moderno sistema de riego del sur. Wilson era, a escala internacional, uno de los expertos más reconocidos en diseños de sistemas de riego.

Wilson, por supuesto, entregó todos sus resultados al U. S. Geological Survey, pues al fin y al cabo trabajaba para ellos. Aun así, la verdad es que se detuvo a admirar la belleza natural de Puerto Rico. Conocedor de la geografía estadounidense y mundial, quedó enamorado de nuestros paisajes, los que describió en detalles en sus cuadernos y dibujos. Puerto Rico le pareció un edén increíble, cuya belleza y climas naturales superaban a muchos lugares del mundo, excepción hecha quizás de Hawái. Nuestras praderas no le parecieron inferiores a las del Medio-Oeste norteamericano. Nuestras montañas le iluminaron el alma con tanta intensidad como las del noroeste de su país. Nuestros suelos, apenas irrigados y sin fertilización, eran, a su juicio, de los más fértiles de todas las Américas. El tabaco de Puerto Rico era tan bueno que se revendía en La Habana como original de Pinar del Río, a un precio cinco veces mayor que en el mercado boricua. De ahí, nuestros ‘habanos’ llegaban a Europa y Estados Unidos, bajo la prestigiosa marca cubana Vuelta Abajo. Nuestro ganado solo era comparable, en tamaño y fortaleza, al de Texas y México. De hecho, era el mejor de El Caribe. Aquí la gente apenas tenía que rasgar la tierra con un palo, o sea con métodos heredados de los taínos, para cultivar productos alimenticios. Los suelos boricuas eran visiblemente superiores a los de Illinois, el «granero de maíz» del mundo. Nuestra agricultura era tan avanzada como la de las Grandes Praderas de Estados Unidos; esto, sin mucho esfuerzo, apenas sin irrigación y sin fertilizantes.

En muchos sentidos, Wilson fue de los científicos naturales que más detalladamente conoció la geografía natural de Puerto Rico, en un momento cercano a la invasión de 1898. Además, era magnífico tomando fotos, dibujando y redactando. No importa cuántas veces uno visite hoy los parajes de su ruta, maltratados como están por el desarrollismo insensato, da placer leer sus notas; pues sus descripciones son panorámicas e imaginativas. En una época en que no había el recurso de los «selfis», Wilson se hizo autorretratos a lápiz, caminando por nuestros montes. Un Puerto Rico, con la vitalidad de una nación joven, a punto de ser devastada por un gran ciclón y la avaricia del gran capital, eso fue lo que él pudo ver.

¿Qué podía reprochársele a esta gente que vivía en una isla tan rica en recursos, «en que apenas había que trabajar para lograr el sustento»? La falta de avaricia comercial; ese fue el único reproche que Wilson tuvo sobre nosotros, en algunos fragmentos de sus cuadernos en que nos tilda de «incivilizados» por no seguir el motivo de la ambición comercial dominante en Estados Unidos: «Tan fructíferos son el suelo y el clima de Puerto Rico, que a la gente se les va la vida en una existencia indolente y de vagancia, en un grado todavía mayor al que se observa en el resto de América Latina». (p. 34, traducción libre). A pesar de las acotaciones prepotentes de Wilson, sus observaciones topográficas e hidrológicas sobre Puerto Rico, no ocultan, como sí harían otros agentes del imperio, la maravilla natural de nuestra isla en enero de 1899; todo eso, apenas cinco meses después de la invasión militar estadounidense y a siete meses de llegar el devastador ciclón San Ciriaco. Sus reflexiones son ‘instantáneas’ de un momento breve en que, por fortuna, no éramos aún muy «civilizados».

A continuación, incluimos algunos extractos de su informe de 1899, Water Resources of Puerto Rico. Leer este escrito, redactado en inglés y nunca traducido al castellano, es una oportunidad única de ver a Puerto Rico, como fue en su estado casi natural. Muchos de los señalamientos de Wilson son relevantes para la época actual, en que nuestro medio ambiente natural es continuamente afectado, en sentido negativo, por las políticas del gobierno y la falta de sensibilidad ambiental de buena parte de nuestra población. También muestra lo que Wilson llamó la «resiliencia» de nuestra geografía natural, que parece siempre estar reverdeciendo. ¿Se atreverá alguien a repetir la ruta de Wilson para educarnos sobre nuestra riqueza geográfica?

Relieve topográfico: «La característica topográfica esencial de Puerto Rico es su aspecto excesivamente montañoso y altamente erosionado, a pesar de lo cual ninguna de sus cimas alcanza una gran altitud. Esta isla es notable por la manera abrupta con que los ramales de las pendientes montañosas caen súbitamente al mar, dejando virtualmente muy poca llanura costera; y por la variedad en las formas topográficas, resultantes de las grandes diferencias en actividad erosiva a cada extremo de la isla y de los cambios en las estructuras geológicas. Extendiéndose de manera irregular a través de todo lo largo de la isla, desde el extremo noreste, en la Cabeza de San Juan, hasta los puntos occidentales extremos, cerca de Rincón y Cabo Rojo, hay una serie de cordilleras montañosas interconectadas, que forman la principal división entre los drenajes de las costas del sur y del norte». (p. 11, traducción libre)

Paisaje de la carretera militar San Juan-Aibonito: «Toda la región de San Juan a Aibonito es pintoresca en extremo y posee un aspecto extremadamente pastoral y placentero. El valle de Caguas es idealmente bello. Es casi circular, con una dimensión aproximada de 3 por 4 millas; y a través de él se enroscan, en grandes curvas serpentinas, los ríos Caguitas y Turabo. El primero forma una larga espiral cerca de El Monte, una loma aislada que ocupa el centro del valle. Entre las cimas de los montes más altos de Aibonito, el país mantiene el mismo aspecto pintoresco, la misma placentera apariencia pastoral acentuada solamente por la inmensidad de las pendientes. Desde las cumbres más elevadas, se ve a plena vista el océano Atlántico, hacia el norte, y el mar Caribe, hacia el sur. Cada detalle de la topografía puede verse por millas en cada dirección, como si se estuviera viendo un mapa modelo […] Mas allá de Cayey, y de ahí a Coamo, las grandes masas de montañas se yerguen a tales alturas, o descienden tan abruptamente a las profundidades de los desfiladeros, como para ser en extremo majestuosas». (pp. 17-18, traducción libre)

Paisajes de Adjuntas, Las Marías y Lares: «Los distintos senderos que llevan hacia el oeste, desde Adjuntas hacia Las Marías y Lares, siguen, por una corta distancia, las cabeceras del río Blanco o del río Prieto. A partir de ahí, se remontan a altitudes de cerca de 2,000 pies, hasta las cumbres de la partición que separa las líneas de drenaje. Estas particiones son crestas montañosas de Tipo A, separadas por grandes cañones de Tipo V, con pendientes relativamente suaves de más de 1,000 pies de profundidad y bien cubiertas de vegetación. Por todas partes, a través de esta región, en las más elevadas cumbres y en las profundidades de los desfiladeros, se ven los asentamientos del campesinado, el cual disfruta de una vida cómoda, cultivando café, frutas y vegetales […] En una cima en Lares, cuya altitud es de 2,000 pies y que se llama La Torre, se obtiene una vista esplendorosa del paisaje alrededor. Hacia el este, sur y suroeste, pueden observarse grandes masas de montañas con las formas más abruptas. En la primera dirección, las altas y dentadas puntas de la Cordillera Central delimitan el horizonte. Hacia el sur, uno puede mirar al otro lado de la cañada del río Blanco, a solo una milla de distancia y 1,500 pies abajo, desde donde el ojo sube entonces un trecho, de apenas pocas millas, a las cumbres elevadísimas de El Guilarte y Las Sillas de Calderón. Hacia el norte y el noroeste, la campiña pierde intensidad en su descenso hasta un punto, en apariencia a solo pocas millas de distancia, en que el cielo y el mar se unen en una línea gris opaca». (pp. 19-20, traducción libre).

Paisajes de Añasco, Aguadilla, Hormigueros y Mayagüez: «Al norte de Añasco, una elevada y dentada cadena de lomas mantiene su masa hasta llegar a la orilla del mar, al cual se zambulle en pendientes abruptas. Lo mismo es cierto de las cadenas de lomas que se arriman al océano al norte de Aguadilla y, aunque en menor grado, de aquellas al norte y sur de Mayagüez. Todas las desembocaduras de los ríos en la vecindad de Aguadilla, Añasco y Hormigueros son playas aluviales, altamente cultivadas de caña de azúcar». (pp. 20-21, traducción libre)

Climatología: «Situada la isla como está, con una latitud media de cerca de 18 ̊ 15’N., lo que es bien dentro de la zona tórrida, se ve que queda en la misma latitud aproximada de la ciudad de México, las islas hawaianas, el desierto de Sahara y Bombay, India. Sin embargo, por ser la más oriental de la Grandes Antillas, su clima es de tal manera atenuado por los vientos alisios, como para resultar el más húmedo y sano de todas las regiones mencionadas, salvo Hawái». (p. 21, traducción libre)

Temperatura: «La temperatura resulta muy bien distribuida, en términos de elevación y variaciones. No tiene que discutirse en detalle, ya que tiene muy poco impacto sobre los problemas conectados con los usos agrícolas, el desarrollo de la irrigación o la construcción de carreteras. Es interesante, ante todo, por su uniformidad y la resultante salubridad del clima». (p. 24, traducción libre)

Hidrografía: «A pesar de la pequeñez de la isla, y la consecuente limitada extensión de sus ríos y cuencas, Puerto Rico está inusualmente bien provisto de agua. Esto, debido a la humedad comparativa del clima. Más aun, debido a lo empinado de sus pendientes y el carácter impermeable del suelo arcilloso que las cubren, la proporción de precipitación lluviosa que corre les da a sus ríos un volumen mayor que el que podría esperarse bajo las condiciones correspondientes. Hacia el océano del norte, fluyen 12 corrientes de magnitud considerable; hacia la costa oeste, 4 de tamaño relativamente idéntico; al mar oriental, 5 de menor tamaño y, hacia el mar del sur, fluyen 17 de magnitud considerable, pero comparativamente bajo volumen constante. Además, hay entre mil doscientas y mil trecientas corrientes de menos volumen, aunque de suficiente tamaño como para tener sus propios nombres». (p. 24-25, traducción libre)

Irrigación: « Los españoles, quienes en el pasado fueron los principales dueños de terrenos, eran conocedores de los requisitos y procesos de irrigación, tal y como se practicaba en España. Rápidos para apreciar las ventajas de la aplicación artificial del agua, ya han construido numerosas zanjas de tamaño moderado, y mucha de la más valiosa tierra de azúcar, especialmente entre Guayama y Ponce, se cultiva exclusivamente con la ayuda de irrigación. A pesar de lo mucho que se ha hecho ya en esta dirección, hay todavía margen para un desarrollo ulterior. Únicamente se ha apropiado una porción de las fuentes de agua, y solamente una porción pequeña de la tierras irrigables están siendo provistas artificialmente de agua». (p. 29, traducción libre)

Suelos y terrenos agrícolas: «Los valles aislados, y especialmente las ‘playas’ llanas, son por lo general bastante extensas y constituyen la principal parte de las tierras azucareras y pastos que bordean las costas. De las praderas agrícolas, las más grandes están hacia el este de San Juan, en lugares tan lejanos como Luquillo, e incluyen amplias depresiones que se extienden arriba hasta el valle de Loíza. Hay ‘playas’ más pequeñas entre Fajardo y Humacao, y entre Guayama y Ponce […] El aspecto agrícola más interesante de la isla es, sin embargo, lo empinado de las cuestas de la principal cordillera, las cuales están por todas partes cultivadas, y recubiertas de un manto de suelo profundo que agarra con firmeza la vegetación exuberante». (p. 32, traducción libre)

Productos agrícolas: «El suelo de Puerto Rico es tan profundo y fértil, la precipitación tan abundante, y su temperatura, aunque tropical, tan templada, que resulta posible cultivar la casi totalidad de la tierra en esta isla. Más aun, cada pulgada de terreno está o ha sido ya cultivada. Esta es esencialmente la tierra del pequeño agricultor, porque, limitada como es la isla en extensión, los registros oficiales muestran que está dividida en 36,650 propiedades individuales. Su distribución es la siguiente: plantaciones de tabaco, 66; plantaciones de azúcar, 435; pequeñas fincas de café, 4,185; pequeñas granjas mixtas de café, frutas y vegetales, 16,990. Al menos 21, 000 de estas tenencias son del tamaño más pequeño, la propiedad de las cuales está en manos de los campesinos más pobres. Tales posesiones oscilan en tamaño entre 5 y 50 acres, aunque raramente alcanzan el último. Las restantes 5,000 granjas van entre 100 y 5,000 acres e incluso más. La mayor parte de ellas son relativamente pequeñas y están dedicadas al cultivo del café; las más grandes, al azúcar». (p. 34, traducción libre)

Exportaciones: «Al presente, los productos agrícolas de exportación están limitados casi exclusivamente al azúcar (molasas y ron), café, tabaco, y cueros, en el orden mencionado. En valor, sin embargo, el café excede al azúcar en una proporción de 3 a 1. El total de las exportaciones ascendió en 1897 a $18, 574,678». (p. 35 traducción libre)

Café: «La variedad cultivada en la isla es de excelente sabor. Hasta ahora muy poco llega a los mercados estadounidenses, principalmente debido a la tarifa de exportación que ahora se le ha puesto y porque obtiene un precio mucho mayor en el mercado de Europa». (p. 39, traducción libre)

Ganado: «De los animales domesticados, el ganado es el más importante. Las reses son de un tamaño inusualmente grande, siendo mucho más fuertes y masivas que cualquiera de las observadas en América Central, América del Sur tropical o en otro lugar de las Antillas; y, de hecho, son mayores en tamaño que las reses de los estados del sur de Estados Unidos. Poseen cuernos extendidos y, en general, una apariencia muy cercana al mejor ganado de Texas y de las tierras altas de México». (p. 35, traducción libre)

Tabaco: «Por todas partes en esta isla, crece un tabaco de excelente calidad. Las mejores variedades son cultivadas para la exportación y se siembran, ante todo, en los valles y los ‘bajos’ de los riachuelos, en las cabeceras de los ríos Loíza y La Plata. La cultura del tabaco está especialmente diseminada en los valles y en pendientes de las montañas de Caguas, Cayey, Comerío y Juncos. De gran interés resultan las siembras en las cuestas más empinadas de las lomas de mayor elevación. Allí, se pueden observar grupos de diez a veinte trabajadores adheridos como hormigas a las laderas escabrosas de las montañas, mientras pasan la azada, arrancan las hojas o acopian el producto […] El tabaco que crece en la región mencionada es de excelente sabor. Se vende en Puerto Rico a un precio que oscila entre $25 y $30 el quintal. La mayor parte es enviada a Estados Unidos y Europa, a través de Cuba, donde se le hace pasar como ‘tabaco habanero’, de la altamente cotizada calidad marca Vuelta Abajo. En La Habana obtiene un precio no menor de $100 a $125 el quintal». (pp. 36-37, traducción libre)

No hay información al respecto de si Wilson regresó a Puerto Rico con posterioridad a sus trabajos exploratorios en enero de 1899. Sus comentarios sobre la isla luego de la terrible devastación del ciclón San Ciriaco y, en particular después del acaparamiento de los terrenos agrícolas por los monopolios estadounidenses del azúcar, habrían sido iluminadores. También habría sido interesante conocer su reacción a la construcción del sistema de riego en el sur de Villalba a Patillas entre 1908 y 1914.

Lo que sí sabemos de Wilson es que al regresar a Estados Unidos dedicó sus energías a la labor de conservación y protección del medio ambiente. Partidario del ‘progresismo” en boga en el país, alimentaba la ilusión de un desarrollo capitalista inocuo a la naturaleza. Una de las áreas de mayor preocupación era el impacto de la quema de combustibles fósiles sobre la calidad del aire en las ciudades de Estados Unidos. Wilson creía que el mayor obstáculo no era social, o sea, el capitalismo, sino la renuencia cultural de las industrias a adoptar las tecnologías ‘limpias’ que ya existían en el país. Su visión era la de una economía basada en la quema de carbón, libre de emisiones dañinas. El asunto, era en su opinión, estrictamente tecnológico y de cultura. ¿Qué habría pensado Wilson de la quema de carbón en Guayama y de la acumulación de cenizas toxicas en Peñuelas?

Wilson murió en 1920. Un año después, Pedro Albizu Campos regresó a Puerto Rico y comenzó su denuncia del acaparamiento y explotación norteamericana de los abundantes recursos naturales. Desde los tiempos de Wilson no se hablaba de nuestros campos y agricultura de manera realmente positiva, o sea, de la capacidad de los puertorriqueños para ser independientes. A contracorriente de la visión del imperio y sus lacayos del patio, que nos catalogaban de vagos y naturalmente pobres, Albizu Campos sentenció en medio de la crisis: «La tragedia de miseria, hambre y muerte, se debe al acaparamiento de la riqueza nacional por el invasor y otros extranjeros privilegiados». Wilson, probablemente, le habría dado la razón.

© Rafael Rodríguez Cruz