La patria, ese lugar que nos vio nacer.  El terruño donde se tornaron en fehaciente realidad nuestras primeras experiencias. El primer amor, el primer sabor, así como también el primer dolor. Bajo la maternal crisálida de la patria, amamantamos nuestras aspiraciones, y anhelos.  Y ella, como madre amantísima, supo nutrirlos con dosis de amor y consciencia hasta alcanzar nuestra adultez. Con personalidad forjada al calor arrollador de la patria logramos identificarnos con nuestro pueblo; y es esta identidad la que nos distingue, nos jerarquiza y nos llena de orgullo cuando a viva voz y con pecho henchido declaramos: “¡Yo soy de allí!”

Un día, por diversas razones, tomamos una decisión trascendental. Ella requirió un acopio de fuerzas entretejidas con fibra espiritual.  Fue preciso llamar al corazón y a la razón a una reunión de emergencia en la cumbre del alma. Y allí, después de larga cavilación, dijimos adiós a la patria.

Desde suelo foráneo y distante, miramos hacia el lar abandonado. Extendiendo la mirada allende los mares que nos circundan, esperado distinguir al terruño patrio. Sentimos su llamada en lo más profundo de nuestra alma. La patria nos reclama como madre abnegada, preocupada por nuestro bienestar. ¡Madre patria que no has podido conciliar el sueño desde que tu hijo se ausentó!

A veces las brisas del mar en cálido susurro nos ponen en comunicación con el suelo patrio, nos acaricia suavemente el rostro, quiere saber cómo nos encontramos. La nostalgia alcanza entonces niveles desesperados, una lágrima aparece sin invitación.  Se hace imperante convocar nuevamente al corazón y a la razón a reunión de emergencia.

Esta vez la razón asume un mayor control y nos percatamos que por ahora es imposible el retorno. Mañana, quizás, ¿quién sabe? Lo mejor de la vida es que cada día trae un nuevo amanecer. Decimos entonces con resignación: “Maña será otro día.”

Mientras tanto, en lo que el destino decide jugar su carta final, surge un consuelo temporal que permite a la razón y al corazón seguir marcando el compás de esa melodía que llamamos vida.  Buscamos un grupo de hermanos hispanos que compartan gustos, aspiraciones y anhelos similares y decidimos formar una patria común en suelo extraño.  Cada uno ha traído consigo un jirón del pabellón patrio y al hilvanarlo con el resto formamos una bandera solidaria.

Al compartir experiencias, literatura, arte, canción y pintura por medio de nuestro venerable y armonioso idioma español, traemos a este lugar de reunión a Martí, de Diego, y Sarmiento, a Martín Fierro y Bolívar, Los Andes, la flauta, el güiro y el Caribe, el sarape, el mate, el mabí, el pilón y el casabe.

¡Estamos reunidos para añorar la patria!

por Juan Carlos Ramos