A la memoria de mi hermana Miriam
Eres LIBRE, Miriam, e imbatible. Venciste el dolor que te afligía y guardaste tu fe. Hiciste del infierno un paraíso y te llevas ahora, a los portales del Misterio, lo mejor de ti: tu espíritu de lucha, tu sonrisa y esa alma noble que te ayudó a vivir.acá entre tanto desalmado.
Teníamos por costumbre pelear más de lo que jugábamos y por cualquier nimiedad, ya fuera por un mangó o por una canequita de maví, parecíamos perros y gatos. Pero aquella tarde nos unió el misterio y la fatalidad.
-Vamos a jugar a los fantasmas -, me dijo ella como el que se chupa una piragua y a mí que me gustaba el dulce, caí rendido a su deseo.
Oscurecía y no lográbamos que el juego nos excitara. Así que tomamos cada uno una sábana blanca y nos fuimos en busca de a quien asustar.
Nadie en Talas Viejas, al menos en el Rincón, donde vivíamos, nos tenía miedo.
-¡Váyanse a joder pal carajo!-, nos amonestó Juaní, cuando intentamos pararle las pocas greñas que le quedaban.
Igual nos pasó con Carlina, y Cecilia nos corrió con un palo.
Millán y Marcela se nos rieron en la cara y don Rafa nos mojó de arriba abajo con la manguera de regar las matas.
A Compay Tito no lo visitamos por respeto y a Maguiro por miedo a que nos repudiara la madre o nos metiera con el simiñoco, que era todavía más doloroso.
Derrotados, casi desistimos del juego por considerarlo aburrido, cuando a mi hermana, siempre curiosa y mala perdedora, se le ocurrió la genial idea de escondernos entre las amapolas del callejón que conectaba al Norte de Talas Viejas con la parte Sur, para asustar a un viejito que vivía por allí y todas las noches caminaba, con una latita en las manos, hasta la pluma pública que había a la entrada del callejón de doña Provi.
Esperamos un rato y cuando lo sentimos venir le dimos el susto de la vaca. Después arrancamos a correr más asustados que contentos por haber llevado el juego a sus últimas consecuencias.
Desconozco si a mi hermana aquello le causó el mismo efecto, pero aquella noche sentí que moría y al amanecer escuché a tía Cruz decirle a mi madre:
-Esta mañana encontraron al viejito muerto en el callejón.-
© Josué Santiago de la Cruz