Serie Genealogía

El título del libro de Arcadio Díaz Quiñones La Memoria Rota recuerda en un sentido que la historia es como la corriente de un riachuelo que de pronto desaparece en las entrañas de la tierra para reaparecer en otro lugar del trayecto haciendo preciso rescatar eso olvidos subterráneos. La memoria rota, resume una realidad que también subyace en la historia de toda familia. Es mucho más lo que se desconoce que el conocimiento que surge de la tradición oral familiar. La microhistoria, como alternativa a ese vacío, explora las maneras de rescatar la memoria de la gente de a pies, es decir, la historia de los heroísmos cotidianos de supervivencia, la historia de los que en medio del silencio hacen día tras día lo necesario para subsistir.

Cuando mi abuelo materno murió, yo no había nacido.

Mi abuelo José Isabel Sosa Medina al igual que yo, y mis hermanos, somos habitantes de entre siglos.  En mi caso, soy parte de los que llegaron al siglo 20 escuchando la radio y terminaron en el siglo 21 interactuando en redes sociales y sobreviviendo a la apabullante información digital.  Mi abuelo, fue de los que llegaron al siglo 19 bajo el régimen español sumergidos en un entorno rural de pésimas condiciones sanitarias y terminaron en el siglo 20 acompañados de una creciente masa obrera empobrecida tratando de subsistir al tiempo muerto o como soldados de las guerras del régimen estadounidense.

Luego de fracasar en un matrimonio juvenil con Ernesta López Serra por mutuas desconfianzas, mi abuelo cruzó la cordillera hasta llegar a Salinas en 1910 atraído por la efervescencia económica que estaba generando la Central Aguirre.

A José Isabel lo apodaban Bello, una alteración del apodo usual Belo. Nació en 1882 en Isabela, Puerto Rico.  Su madre Desideria Medina murió en 1886 cuando Bello tenía 4 años y luego del parto de una niña que apenas vivió un año.  Según la tradición oral de la familia, su padre Augusto Sosa emigró junto a dos hermanos de las Islas Baleares a Puerto Rico. Fue agricultor y poseía tierras en el barrio Jobos de Isabela, murió a fines de 1896 o principios de 1897. Se ha identificado que Augusto y Desideria procrearon seis hijos: Isidoro (1871-191?) Manuel Luciano (1876-1896) Mateo (1877-1887) José Isabel (1882-1940) Alejandrina (1883-1955) y María Ernesta (1886-1887).  Tanto descendientes de Isidoro como los de Alejandrina emigraron a Ponce donde se dedicaron al comercio al detal.

Aunque desde jovencito realizaba faenas agrícolas en la finca de su padre, su ambición era seguir el camino de su hermano Isidoro, convertido en un comerciante mayorista.  Con el apoyo de su hermano mayor emprendió la ruta del comercio iniciándose como quincallero, es decir, un vendedor ambulante que recorría a caballo pueblos y barrios vendiendo su quincalla.

Cuando llegó a Salinas se hospedó en la calle de Guayama. Tenía 28 años y era un forastero atractivo cuya presencia llamó la atención de más de una de las jóvenes del pueblo, con las cuales pronto tendría contacto por la variedad de artículos femeninos que ofrecía. Entre las chicas más hermosas del pueblo estaban las hijas de Gregorio Santiago, del Patio Ortiz.  Ya establecido en el pueblo Bello entra en relación con una de ellas, con María Eusebia Santiago Ortiz, apodada Cheba y nacida en 1885.  Fruto de esa relación fue el nacimiento en 1914 de mi madre a la que llamaron Virgenmina y que apodaron Tilita. Posteriormente nació un niño al que llamaron Luis Salvador, el cual falleció a los cuatro meses. El 27 de junio de 1917 José Isabel se casa con María Eusebia. Matrimonio que dura apenas un año y cuatro meses puesto que desafortunadamente María Eusebia muere el 29 de noviembre de 1918 a los 33 años víctima de la pandemia de influenza que azotaba al mundo. Curiosamente, Tilita y el abuelo quedaron huerfanos de madre a los 4 años de edad. La muerte de Cheba fue un duro golpe para Bello y provocó el recrudecimiento de su adicción alcohólica.

La Llave de Oro

En enero de 1918 José Isabel Sosa había logrado que se le concediera un puesto rodante en el mercado municipal de Salinas. Los puestos se ubicaban en el mismo terreno dónde se construyó luego el edificio de la plaza de Mercado en 1925. Pronto su negocio prosperó al punto que estableció una tienda justamente frente al mercado. En una la estructura comercial de madera que existía en la esquina suroeste de las calles Muñoz Rivera y San Miguel. En la esquina contraria noroeste había un solar vacío que adquirió y en el cual construyó en 1923 el primer edificio privado en concreto que tuvo la zona urbana de Salinas. Dicho edificio vino a conocerse como La Llave de Oro hasta el día de hoy. En ese edificio ubicado frente a la Plaza de Mercado instaló su negocio y montó un billar para el público general de Salinas. En dicho billar se estrenó cómo coime el recordado Abelardo.

Dos años después de enviudar, el 22 de abril de 1920 se casó con Ana Luisa Rivera, una joven viuda que era maestra de profesión. Ella tenía un hijo llamado Francisco Escolástico Cordero (Paquito). Su fallecido esposo Francisco Cordero López era empleado de la Central Aguirre y natural de Aibonito. Para mi madre Tilita Sosa convivir con Ana Luisa fue significativo para su formación educativa. Prontamente el matrimonio entre mi abuelo y la joven maestra fracasó. Ella se mudó a Caguas donde se le conoció como Mis. Ana Luisa Cordero. Allí fue nombrada inspectora escolar, cargo que ocupaba cuando falleció en 1926 a la edad de 36 años.

En ese tiempo, con el dinero que mi abuela Cheba le había dejado en herencia a mi madre Tilita, mi abuelo compró una casa de madera ubicada frente a la plaza en la esquina noreste de las calles Monserrate y Muñoz Rivera y que perteneció a una familia de apellido Cabello. Detrás había una casa pequeña qué se solía alquilar. En un momento dado en la casa pequeña vivió Eudosia Rivera Prats, apodada Toto.  El abuelo Bello y Eudosia procrearon un hijo que nació en 1924 y al llamaron Julio Armando Rivera. También tuvo un hijo con una mujer del sector Barrito llamado José Aníbal Rivera. Mi madre los reconocía a ambos como hijos de su padre y procuró que Julio terminara su escuela superior luego de la muerte del abuelo. El político salinense Héctor Castro Rivera era sobrino de Julio, aunque este solo le llevaba un año. A principio de la década de 1950 ambos se fueron para Nueva York. Julio se quedó viviendo en Estados Unidos y se casó con Iris Santiago. Posteriormente regreso a Puerto Rico y con su esposa e hija Jannette se estableció en Caguas.

Llegada la década de 1930 el abuelo se enamoró arrebatadoramente de una jovencita llamada Monserrate, cuyo apellido desconozco. El arrebato amoroso lo llevó a trasladarse a Estados Unidos. En ese país vivieron en Nueva York y en New Jersey. Ya establecido en el norte mandó a buscar a su hija Tilita qué a los 17 años viajó en el vapor Borinquen rumbo a los Estados Unidos. Durante los años que mi madre vivió en New Jersey se graduó de cuarto año en la escuela Henry Harris en Bayonne y trabajo en una fábrica de sogas.  Obviamente los amoríos del abuelo con Monserrate terminaron más rápido de lo previsto.

Edificio Sosa

De regreso a Puerto Rico con su hija, el abuelo retomó sus negocios.  En esa época alrededor de la plaza de Salinas solo había casonas y estructuras comerciales privadas de madera. En 1933 construyó, en el terreno de la casa qué le había comprado a su hija frente a la plaza, un edificio de concreto armado qué le añadió elegancia al centro del pueblo. El edificio se lo alquiló al boticario Jacobo Ramos quien mudó allí su farmacia.

En esa época estableció negocios a Cayey, Aibonito y Barranquitas, a donde se fue mudando con sus hijos Tilita y Julio. En Aibonito Tilita conoció a mi padre Edelmiro, un apuesto joven comerciante casado con el cual abandonó la casa de su padre cansada del temerario alcoholismo que padecía su progenitor. Tilita, ya embarazada de su primer hijo, regreso a vivir a su casa de Salinas, al tiempo que su padre se mudaba a Barranquitas con su hijo Julio Armando. En Barranquitas el abuelo sufrió un accidente que le costó la vida seis días después. Se dice que tratando de escapar de un intento de asalto cayó del caballo que montaba completamente borracho. Su cuerpo inconsciente fue trasladado a Salinas donde murió el 26 de mayo de 1940.

En su libro Tejido Solariego (1999) mi madre describe ese momento, del que transcribo dos segmentos:

Papá vivía en Barranquitas. El alcoholismo lo había destruido. Conocía de su carácter temerario. Yo temía que lo asaltaran o que en una pelea lo golpearan hasta dejarlo muerto. Sabía que en cualquier momento podría recibir una mala noticia…

De regreso a Salinas en la ambulancia, comenzaron tres angustiosos días de desvelos. Yo estaba embarazada de mi primer hijo. En el Hospital de Salinas colocaron a Papá en uno de los cuartos privados del segundo piso. Su cráneo tenía una pequeña herida. Las horas parecían siglos. Después de la primera noche sin dormir, mis piernas comenzaron a hincharse. Al segundo día, mi hermano Julio me pasaba hielo por la cara para ayudarme a permanecer despierta. En medio de la tensión, el feto en mi vientre dio un vuelco y dejé de sentirlo. Mi vientre se puso como palo. Temí que el bebé hubiera muerto. Al tercer día, Papá murió. Tenía sesenta años. Lloré, no su muerte, sino su vida, por la estela que dejó en la mía…

Pasaron algunos días antes de que el feto que llevaba en mi vientre volviera a moverse.

por Sergio A. Rodríguez Sosa

Fuentes:

Ancestry.com

FamilySearch.org

Sosa Santiago Virgenmina. Tejido solariego: memorias. Salinas, P.R., Ediciones Abeyno, 1999.