(Para ti Hildegarde, doquiera tú estés)
Cuando llega el invierno, me asalta la duda si este será el final de un ciclo que no volverá a repetirse. Y es que al llegar esta época, se apoderan de mí las nostalgias de tiempos ya idos, de quimeras tronchadas y anhelos desvestidos. Surge entonces la duda sobre mi razón y mi propósito. Me pregunto si solo yo experimento estas vacilaciones. O, quizás, el hecho de ser humano trae consigo el patrimonio de la incertidumbre.
El invierno arrecia y con él se levantan las dudas que arrastro por tiempos inmemoriales. Veo mi vida pasar frente a mi, y a veces siento que soy un pasajero más, en un terminal sin nombre, en una estación sin destinos. Mis padres me dieron solo boleto de ida, y un día partieron sin aviso previo. Afuera comienza a levantarse un vendaval. El frío arrecia sin misericordia y la vegetación se doblega ante el castigo. Las almas se buscan para guarecerse juntas pero no se encuentran, se han perdido en ese torbellino que llamamos tiempo. Una intenta gritar, esperanzada de que la otra la oiga, pero es tarde. Han pasado los años y se ha perdido el lenguaje común que una vez las unió.
Continúa arreciando la tormenta y las ventanas de mi razonamiento se tornan opacas, presiento que habré de permanecer encerrado en mis propios pensamientos hasta el fin del tiempo.¡Qué horrible idea! Quiero salir a buscar el alma que perdí hace años, volver a reír junto a ella. Pero es inutil. ¿Quién me creo que soy? ¿Acaso un príncipe encantado que con solo desear se manifiestan los deseos? ¡Por favor, calla! La vida solo sonríe a unos pocos y tú naciste después de ellos.
El invierno se arremolina contra mi pecho. Pretende reclamar mi propia alma. Ya no solo se conforma con haberse llevado la otra, ahora quiere la mía. No puedo permitir que eso suceda. Mi alma me pertenece y es lo único que me alienta a continuar. Es mi yo y mi razón.
Se acerca el tren del tiempo. Inexorable reclama aquellos que se aprestan a partir a la otra dimensión. Me niego a montarme en él. El conductor se ríe, no le importa, sabe que tarde o temprano tendré que hacerlo. Pasan los vagones frente a mi y me creo invencible porque desafié al tren del tiempo. Pero, aguarda un momento. Sí, en el último vagón veo un rostro familiar. Es la otra alma que he estado buscando. Ahí va, se ve resignada. Instintivamente nuestras miradas se encuentran.
En menos de un segundo pasan ante nuestros ojos el tropel de recuerdos. Hace un vano esfuerzo por detener el tren. Yo me abalanzo contra el vagón con la idea ilusoria de penetrarlo. Ambos fracasamos en nuestro intento. Ya es tarde. Veo alejarse el tren del tiempo. Ya es un punto en el horizonte; me desplomo. Mientras tanto el invierno arrecia…
Hildegarde / pieza musical de Juan Carlos Ramos
cc Juan Carlos Ramos, Houston, TX,1993
Foto Pinterest Timo Tomael