Como sacados de una visión surrealista, comenzaron a llegar. Primero venían de visita, siempre a la misma hora, en busca de alimento. Unos eran perros y gatos3blancos, otros negros y los demás variopintos.

Aunque no le agradaban los felinos, los creía necesarios en todo patio de vecindad. Siempre y cuando llegaran para irse. Pero un día se percató de que no eran esas sus intenciones y se multiplicaron.

Cuando se asomaba a la puerta, comenzaba la sinfonía que no cesaba hasta que la veían partir.

Se le hizo difícil moverse de un lugar a otro y la “gota que colmó la copa” fue cuando la despertaron de madrugada en su afán por invadir la casa.

Con el malestar llegó también la decisión de deshacerse de ellos.

Trató tirándoles agua con la manguera; los persiguió con la escoba y por último, se buscó un perro…

-¡Pamplinas, puras pamplinas! – gritó a los cuatro vientos al ver la manera como compartían.

© María del C. Guzmán