Llegó la abuelita puntual a su cita, canasta en mano, con su ajuar playero y su bemba pintada de rojo pasión. El día estaba precioso, el sol le ardía en la piel y la brisa del mar cercano traía el ritmovellonera de salsa de la vellonera del viejo Rancho Mar, donde tantos ahogaron sus penas y desamores. Hoy en el mismo local los comensales saborean el delicioso pescado frito y esas empanadillas de jueyes ricas en colesterol, mmm…  Todo invita a la aventura.

-¡Hola chica!- le dice aquel Lobo de Mar.- ¿Quién eres hoy? Porque la canastita es de Caperuza. ¡Ja, ja, ja! ¡ Mujer, que eres coqueta!

– Así nací y así moriré, será lo que escriban en mi tumba: ¡picúa hasta la muerte!

– Qué ocurrencias las tuyas, pero vamos, el mar nos espera…

-No estoy muy segura de que eso sea lo que yo quiera, recuerda que no sé nadar y a estas alturas no voy a aprender.

-No hay nada que temer. Además nunca es tarde.

– Si empiezas a acosarme con eso de enseñarme a nadar, me avisas que no voy…

-Chica, no va a pasar nada que tú no quieras…Ven vamos a subirte al dingui.

-¡Ahí vas a subir a tu madre, desgraciado!

-¡Pero qué mujer ésta tan desconfiada y arisca! El dingui es como un botecito pequeño con motor. En él vamos a dar la vuelta por el Caño Matías, Polita, los manglares…

Una vez convencida, la abuelita sube al dingui ayudada por el Lobo. Demás está decir que estaba muerta del miedo pero no quería lucir mal ante el experimentado navegante.  En su niñez la asustaban tanto con el mar que nunca aprendió a nadar. Era para ella como un misterio, un ser a veces manso, otras veces se crecía, bravo, imponente, llevándose con él todo lo que a su paso encontraba: pescadores, casas, tierras, vidas, amores…

-Siempre se dice que el mar es traicionero, traicionero como tus ojos.- pensó en alta voz la abuelita.

-Si tienes miedo…

-¿Miedo? Valentía, coraje… Los héroes nacen al vencer sus temores, atreviéndose aunque sientan el frío de la muerte.

-¡Filósofa barata, sube y no chaves más!

paisaje playero2Clavó sus garras en la madera que servía de asiento. No, que no me refiero al Lobo, eran las uñas de la abuela sentada de espalda al mar. Le apasionaba la aventura, pero le aterraba morir ahogada. Poco a poco fue girando hasta quedar de frente a ella una maravilla. Parecía un plato verde esmeralda y aquella pequeña embarcación rompía esa tranquilidad, se abría a su paso con una espuma blanca formando perlas y cristales que se deshacían y volvían al mar.  Atrás, la costa coronada por una diadema de montañas, cual paleta de pintor los colores se confundían en la lejanía y ese olor a mar del sur, melao y sal, se hacía mas fuerte, igual que las palpitaciones en su pecho. Según el dingui golpeaba las olas, así su corazón bombeaba la sangre en sus venas. El saco de nervios estaba justo en la boca de su estómago, respiraba profundo fingiendo placer al aire puro.

-Nunca pensé verte disfrutar tanto del mar como hoy.  Hace treinta y pico de años que vivo en barcos. En mi velero he visitado tantos lugares, Venezuela, Cuba, Santo Domingo, Haití, Culebra, Vieques, Barbados, Tortola… En Venezuela viví en una aldea, en una selva, poblada por indios, su vida muy simple, este collar es de allí, mis indios protectores me lo prepararon, desde entonces siempre he vencido al mal tiempo y cuando más pobre estoy, como langostas sacadas de las mismas entrañas del océano…Obatalá, está conmigo…

-Pues ya somos muchos porque yo ando con Dios y la Virgen y tú con tus salvajes y ahora Obatalá, si me da con montar a la sirenita con sus piratas del mar y a tí los espíritus de los indios caribes muertos en batallas, entonces sí que nos jo…robamos.

La abuela bromeaba y buscaba en la mirada del Lobo la calma del diestro capitán. Se sentía confiada al verlo manejar magistralmente la embarcación.  Sabía que si caía en el agua, aquellos brazos fuertes la salvarían. Además el mar no estaba tan bravo. Esta vez confabularon el Lobo y el mar para que el paseo en el dingui fuese una experiencia relajante. Las olas se mecían tranquilas a un sólo compás. La brisa, ardiente y suave a la vez. El sol, mudo testigo de aquella travesía a lo desconocido, brillaba en todo su esplendor. Ni siquiera un manatí asomó su curiosidad al paso de los navegantes.

-Vamos a anclar aquí. Sólo hay dos pies de agua. –Dijo el Lobo hundiendo el remo en el agua para afirmar lo dicho.

Una vez el pirata bajó, extendió sus brazos velludos y fuertes a la reina de las garambetas. Se detuvo el tiempo, la respiración faltó y el corazón dejó de latir.  Aquella mujer, abuela, obrera y niña, asombrada ante su hazaña, enmudecía. En la distancia, atrás quedo Salinas, de frente, una islita “privada”, a su derecha e izquierda el mar Caribe y a sus pies la arena fría. Rodeada de agua, acariciada por algas y peces transparentes, cerca de un arrecife…en medio del mar, coqueteando con su gran miedo hasta lograr conquistarlo.