Alberto González era multimillonario. Residía en la ciudad más americana de todas las del país, Guaynabo City. Su residencia estaba localizada en el “penthouse” del condominio Puerta del Cielo en la avenida San Patricio.

Ramiro Pérez era un chiripero y recogedor de latas de aluminio para reciclar.  Residía en el barrio Mosquito de Salinas. Apenas ganaba suficiente para mantener a su familia.

Aunque los separaba un abismo insalvable, ambos compartían la afición por la lotería electrónica.

loto3En la segunda semana de mayo de 2005 la loto estaba en trece millones y Alberto fue el agraciado con el premio. No dijo nada a nadie. Lo invirtió y con el tiempo triplicó la suma ganada.

Continuó su vida rutinaria entre los buenos restaurantes, su yate de treinta pies de eslora, los viajes continuos al exterior y la esplendorosa vida nocturna llena de orgías y de bellas mujeres.  Todos le rendían pleitesía. Creía que estaba en la gloria.

Un año más tarde en esa misma segunda semana de mayo la loto estaba en trece millones y Ramiro obtuvo el premio.

Comunicó la buena nueva a todos.  La noticia fue publicada en todos los periódicos.

Los amigos se le multiplicaron.  Los familiares que nunca lo visitaban comenzaron a frecuentarlo.

Repartió dos millones entre familiares y amigos. Junto a su esposa tomaron varios cursos acelerados de refinamiento en  la academia de Dessiré Lowrie.

Se  mudó con su esposa e hijos a la  exclusiva urbanización Mansiones de Salinas. Los residentes que antes no le permitían la entrada ahora lo recibían con los brazos abiertos. Era uno de los vecinos favoritos y su casa, finamente amueblada, siempre era frecuentada por invitados.

Se compró un Jaguar y al igual que hacía Alberto comenzó a frecuentar restaurantes de lujo. Se compró un yate de treinta pies de eslora, viajaba frecuentemente al exterior y comenzó una vida nocturna de orgías y mujeres hermosas. Todos lo admiraban y le rendían pleitesía.  Se creía en la gloria.

Su esposa María del Carmen no pudo aguantar las infidelidades de Ramiro y luego de una dura batalla legal logró divorciarse. Como parte de la división de la sociedad de gananciales obtuvo la mitad de toda la fortuna y se fue a residir a la capital. Irónicamente, le dejó la casa del barrio Mosquito, el carrito de recolectar latas de aluminio y los aperos de chiripear que ella nunca quiso descartar.

Ante tanta prodigalidad Ramiro vio reducido su caudal significativamente. A su mente vino la posibilidad de quedarse sin dinero y de tener que volver a la vida de antes. Sintió un miedo que le calaba los huesos.

Alguien le aconsejó que invirtiera su dinero y le recomendó a Alberto González que era un astuto asesor financiero de gran prestigio.

Luego de varias entrevistas llegó a un acuerdo con Alberto.  Éste le aseguró que obtendría ganancias fabulosas. Ramiro se sintió confiado y continuó su vida licenciosa.

Alberto “invirtió” el dinero de Ramiro, pero debido a la caída de la bolsa de valores por la recesión mundial, le informó que se había perdido todo. Ramiro cayó en una depresión profunda de la que se repuso luego de varias semanas.

Al salir de la depresión, dándose cuenta de su situación, Ramiro tuvo que vender la casa, el yate de treinta pies de eslora y el Jaguar para pagar las deudas en que había incurrido. Los amigos lo abandonaron.  Quedó en la ruina.

Armado de valor y cabizbajo volvió al barrio Mosquito. Allí estaban todavía su paupérrima casa, el carrito de recoger latas de aluminio y sus aperos de chiripear.

Entre tanto, el caudal de Alberto González aumentó en tres millones.

© Edelmiro J. Rodríguez Sosa, 28/junio/2009