Caminó con los pies en sus manos. Sus puños se agigantaban cuando quería tirar un paso al frente con las chancletas que le servían de cojín. La noche estaba lluviosa. Al traspasar las puertas del tren, el ruido le trituraba los oídos. Se llenaba de pesadillas en aquella esfera de ajetreo y cambio emocional, tal como el que vuela hacia otros rumbos como paloma con sus piernas escondidas antes de levantar vuelo.
El vagón del medio se abrió y comenzó su faena diaria. Enrollado por su cintura en un tubo de
goma colocado sobre un patín se dirigió a colectar sus limosnas. Esa noche de pocos pasajeros, sólo un hombre decidido a aceptar sus condiciones arrojó en el pote una peseta. Al atravesar el siguiente vagón se dio cuenta que no había nadie y decidió echar un Padre Nuestro. Con sus manos extendidas y su mirada alta logró echar el Ave María. Cuando llegó al vagón del frente le dio una mirada de odio al conductor y salió por la doble puerta donde una mujer y dos niños lo esperaban con un carrito de ruedas.
© Edwin Ferrer, 11/12/2009
Edwin, querido, la imagen que describes es desgarradora, el rezo en medio de esa pobreza sin piernas condenada a paliarse con la limosna errante y fugitiva de los indiferentes es un recurso inesperado pero esperanzador. El final es tajante. Un viejo himno dice “cuando el pueblo de Dios alaba a Dios suceden cosas maravillosas” Ya sé no encontró sus piernas, pero al menos algo más digno. Quizás el Padre pueda darle las respuestas del otro lado, cuando este bienaventurado llegue a sus puertas.
Me gustó, Edwin, te pinta de cuerpo entero, tu ojo de bello ser humano repara en estas cosas.
Cariños.
Gloria