Correteaban de monte en monte dejando su paso marcado. Sus orines se derramaron desde lo alto hasta el valle. Toda la flora se secó y la jauría seguía esparciendo su veneno por toda la cordillera. Los lagos  se llenaron de espinas de bacalao, huesos de carne de res y una cruz arrastrada por la manada de  invasores que querían devorar al país. La soberbia del alfa[1] emanaba de su boca  como espuma contagiosa que manchaba los rostros de los demás perros al menear sus colitas.

— ¿Qué rayos sucede?

—Aquí hay muchos casquillos.

— ¿Estarán comiéndose el plomo? —Preguntó Pello el cojo.

—Creo que están marcando el terreno para hacer de las suyas.— Contestó Jagüey.

   Pello  agarró el cacharro y comenzó a tocarlo al compás de una danza. Cuando terminó “Mis Amores” se escuchó un aullido lúgubre y profundo desde la cima.  Poco a poco  bajaron las cuestas los caninos petrificados en los bonetes de camiones “Mack” y una maquina “Caterpillar” arrastraba al alfa porque le echaron “bolas” en las Tetas de Cayey.

©Edwin Ferrer 11/26/2009


[1] Alfa: jefe de la jauría y macho dominante.