Correteaban de monte en monte dejando su paso marcado. Sus orines se derramaron desde lo alto hasta el valle. Toda la flora se secó y la jauría seguía esparciendo su veneno por toda la cordillera. Los lagos se llenaron de espinas de bacalao, huesos de carne de res y una cruz arrastrada por la manada de invasores que querían devorar al país. La soberbia del alfa[1] emanaba de su boca como espuma contagiosa que manchaba los rostros de los demás perros al menear sus colitas.
— ¿Qué rayos sucede?
—Aquí hay muchos casquillos.
— ¿Estarán comiéndose el plomo? —Preguntó Pello el cojo.
—Creo que están marcando el terreno para hacer de las suyas.— Contestó Jagüey.
Pello agarró el cacharro y comenzó a tocarlo al compás de una danza. Cuando terminó “Mis Amores” se escuchó un aullido lúgubre y profundo desde la cima. Poco a poco bajaron las cuestas los caninos petrificados en los bonetes de camiones “Mack” y una maquina “Caterpillar” arrastraba al alfa porque le echaron “bolas” en las Tetas de Cayey.
©Edwin Ferrer 11/26/2009
[1] Alfa: jefe de la jauría y macho dominante.
Muy bueno Edwin, opino como Josué que tus imágenss son desgarrantes, como salidas de un cuadro surrealista, has tejido un tramado simbólico, hombre y jauría en lucha. El hombre a veces es peor que la bestia, lo sabemos y lo comprobamos cada día.
Me gustó.
Cariños.
Gloria
Un relato bien llevado, con buen pulso narrativo y excelentes diálogos. Muy simbólicos y surrealista. La lucha tenaz y desigual entre el pasado y lo porvenir, entre la máquina y la bestia, entre el hombre y el animal, donde siempre vence el hombre aún sin razón.
Muy bueno, Edwin.