Escondidos en un pastizal esperamos que el tren detuviera su marcha en la vieja cambija donde llenaban su caldera de agua. Decían que un corpulento guardián de vagones protegía la carga e impedía que lo abordaran.
Dejó escapar el vapor y arrancó patinando con su peculiar silbato. Salimos de nuestra guarida y lo abordamos “al vuelo” y guindando del último vagón disfrutamos la corta travesía hasta que el chuf chuf se hizo más ligero y antes de llegar al puente del crematorio nos tiramos sobre la maleza. Se fue por Los Poleos con su melodía y su vaivén. A lo lejos se oían sus últimos silbidos y jamás regresó.
Pasó el tiempo muerto y un día la vimos pasando a toda velocidad. No tenía la misma
trompa, ni la suave cadencia del tren de vapor y sonaba como graznido de pato. Esa bestia, que llamaban la carioca, no patinaba ni se detenía en la cambija y su alta velocidad era un reto para el que quisiera montarla.
Con poco aderezo y sin hinchar la verdad, aquí les cuento lo que pasó el día en que logramos abordar la carioca veloz.
Salí una tarde con mis amigos Güisín y Tato camino al crematorio. Tato tenía catarro y trajo consigo un jarabe de hígado de bacalao. Cuando oímos el fastidioso ruido de la carioca decidimos hacerla patinar y en nuestro ambicioso plan untamos los rieles de la vía con un poco del jarabe. Ajenos al contratiempo que la retrasó, vimos lo bien que funcionó el zumo cuando la maquina patinó y se detuvo antes de llegar al puente.
Como no vimos al centinela, sin prisa y despreocupados abordamos la máquina. El último vagón llevaba una carga especial atada con gruesas cadenas, cubierta por una lona blanca y escrito en flamante rojo la palabra peligro. Por lo tanto, abordamos el penúltimo vagón y en ese instante sentí un maléfico frío que si yo hubiera sido adivino no hubiera abordado aquella maldita carioca.
Sin advertencia la máquina arrancó como disparo de flecha y así comenzó nuestra aventura. Con la atención y cuidado que causa el frío olímpico, calculamos que era imposible tirarse al garete sin quebrar un hueso. En cuestión de segundos cruzamos nuestra frontera al pasar por el sector Los Poleos, y nuestra corta trilla se convirtió en catastrófico viaje de polizones migratorios donde reina el caos y la incertidumbre.
Pasando por Las Parcelas Ochenta, la velocidad extrema causó que las vibraciones y los torpes jalones aflojaran las cadenas del último vagón. La lona cogió vuelo de paloma y se reveló el secreto de aquella carga, una araña robot con cuatro pares de patas hidráulicas y en cada una de sus puntas unas afiladas uñas de acero inoxidable.
Llegando a Jauca, el jamaqueo le dio vida a la araña y con violentas sacudidas nos acechó en cada jalón del tren. Arrastró sus palancas traseras dejando torbellinos de polvo y surcó la tierra haciendo el sepulcro del que se arriesgara a lanzarse al escape. En el estrecho espacio quedamos acorralados por las garras delanteras que amenazaban con descuartizarnos. Cada movimiento pudo haber sido el último. Güisín con labios temblorosos “papagayeaba” la bendición de su tía: “Dios te cuida y la Virgen te guía”. Tato, alucinado por el jarabe, fue el más aguerrido y dispuesto a defender nuestras vidas sangre con sangre. ¡Ay, la pena que sentí al verlo chupándose el dedo después que inútilmente pateó el plomizo “simiñoco” de desenganche! Yo quedé como una estaca, paralizado en el tiempo, los ojos perdidos en una palanca que enarbolaba los restos de la lona donde escrito estaba “Peligro,… Aguirre Corporation”.
Llegando a Santa Isabel sucedió que Perico el sordo andaba por la vía y el conductor al verlo frenó de repente. La araña cogió impulso, y sobre nuestras cabezas arremetió con violencia el vagón. De una inmensa brecha chorreó el melao que nos empapó como manzanas en caramelo.
De uno de los vagones salió precipitadamente la figura de un hombre flaco y pálido, acaso un polizonte fantasma, quien tuvo que decidir a quién perseguir. Para nuestra buena fortuna se fue azotando una fusta por la ruta de Perico.
Nos retiramos de aquella batalla a pasos glutinosos rumbo a Salinas. En el camino, todos los rótulos de peligro exaltaban mi mente. Fueron muchos los avisos que vi, “Peligro – Alto Voltaje”, “Peligro-Tractores Cruzando”, “Peligro-Tratamiento Químico”.
¡Pero nada advirtió el enjambre de avispas asesinas allá por Texidor!
Nos atacaron y atraparon al meloso Güisin. Los zánganos confundidos por la jalea de caña lo protegieron como si él fuera la abeja reina. Desde lejos vimos cómo la colmena ambulante iba desplazándose por el medio de la vía con los brazos extendidos como una momia. En lo alto del cielo, un avión tendió su sombra en el cañaveral y descendió como martinete para liberar a Guisín con una dosis letal de plaguicida. Corrimos al auxilio de Guisín y el piloto acróbata nos jugó una mala pasada cuando nos remató con un herbicida que nos dejó la piel de un azul cianótico.
Tato era un yerbero moderno y mezcló el jarabe de la tos con unas hojas de “siempreviva. ” Luego nos fregamos las caras con aquel antídoto que dio buenos resultados y nos quitó la mancha de azufre.
Ya era un poco tarde según los grillos y el cantar del coquí. Alargamos el paso y cantamos para espantar el miedo de hacer comunión con roba-cabras y sanguijuelas, que bajo la fantástica luz de cucubanos profanaban el cañaveral. Quedamos con la curiosidad de ver las zorras, que por lana, les hacían trucos a las ardillas.
Crecimos a la bartola,
Y locos de la chola.
Como carnada de caimán,
el peligro era un imán.
Cantando la virgen te cuida y el señor te guía,
salimos ilesos de los avatares del día.
Otra vez a soñar, aventuras de azúcar y sal,
en la hermosa llanura de mi pueblo natal.
La araña mecánica no pudo sustituir el machete del obrero y fue descartada como armatoste por la madre araña… Una tarántula norteña desde su madriguera devoró el manjar que salió del sudor boricua, y como el tren de vapor, se marchó sin mirar atrás. Hoy sólo queda el recuerdo de un edén de surcos y caña.
©Roberto López
Gracias Jossie. Me gusta la idea. Deja ver que carga de imagenes me trae el tren del recuerdo.
Gracias Tito Roberto me gusto demasiao… ahora tirate uno de los tiempos de la Españolita, la vellonera, y las canciones de Jimmy Sabater y otros en 45rpm Yo soy el albanil, lo espero.
un abrazo de Grandes Ligas
Muchas gracias Edwin, Edelmiro y Marinín por sus generosos comentarios. Saludos y Abrazos.
Genial, este relato me transportó a mi niñez en las colonias de la Central Aguirre. Me gustó mucho como narraste la aventura de muchachos. En aquellos tiempos era el juego diario donde la imaginación y la creatividad era parte del mismo.El final con los versos me lleno de nostalgia. Aplausos y más aplausos. Me uno a Edwin y pido otro,otro,otro!!!
!Ah la caña de azúcar que engendró mil cuentos y vivencias en nuestro Salinas! Hermoso relato de unos amigos aventureros. Me gustaron los versos y el gran final. Los capitalitas locales y los de Wall Street nos chuparon el jugo y dejaron el bagazo, inservible según ellos. Pero, el mejunje de Tato, el yerbatero, lavó la cara de los amigos para salir de la pesadilla del plaguicida. La esperanza es que algún día todos salgamos del plaguicida.
Que gratos recuerdos Roberto, saludos por que hacia tiempo que no sabiamos de ti. Ahora con este relato me has regresado a las hazañas que emprendiamos cuando cortabamos clase. Excelente trabajo. No te nos pierdas. Mucho cariño, Edwin.