Inventó su divina comedia. A paso lento se dirigió hacia la Iglesia. Las campanadas resonaban irónicamente como si quisieran contarle una historia…
—Sigue hasta el final, allí te espera con su sotana dorada.— Susurró una voz.
Los sapos conchos saltaron desde el malecón hacia la Monserrate para presenciar la entrega. Las garzas volaban y los guaraguaos se estrellaron sobre el Abeyno.
Los bolos del billar de Abelardo cerraron sus ojos y el coime le puso la tranca a la puerta. El
número ocho guiño un ojo. Toño Guinea soltó el taco y arrancó a correr cuando también cerraron las puertas del negocio de Domitila, Daniel y Blas Bono.
El camposanto estaba sobrepoblado y al caer la noche con una lumbre buscaba sus cenizas sobre la mar.
©Edwin Ferrer 2-25-2010
Muy bueno Edwin, las muertes suelen ser muy pintorescas, en fin parece ser que perdieron su abolengo y hoy son casi todas muertes de mala muerte, porque suele ocurrir que a nadie le importa del difunto y tampoco la Sra Muerte impone ni respeto ni miedo. Se llora cinco minutos, no hay casi velatorios en Buenos Aires, se los lleva al Camposanto y se los convierte en cenizas. No sé porqué las cenizas son más atrativas que un sepulcro!!!!!!!!!!! A veces pienso que es más romántico andar convertido en cigarrillo que convivir con los gusanos de tierra.
Dios mío, qué tema! Me gustó que recordaste a la Señora, con reverencia, algo inusual en este planeta tan escèptico e irreverente.
Aplausos mil.
Gloria
Gracias Edwin por traernos esta estampa que nos lleva a recordar el rito establecido en nuestro Puerto Rico de lo que podriamos considerar como un ultimo homenaje al difunto.
Hoy en día los velan hasta parao, la comitiva a son de música estridente y la despedida de duelo a disparo limpio. Que bueno que aun tenemos gente del calibre tuyo que con sus escritos reviven nuestra memoria y le dan clase a los que están empezando.
Una estampa, un cuadro que pinta, con aires surrealistas, una escena de pueblo que tuvo (desconozco si seguirá la costumbre) un gran arraigo en la población. Se cerraban las puertas de los establecimiento al paso de la comitiva fúnebre para dejar que pasara de larga la muerte; los hombres se quitaban el sombrero en señal de respeto al fenecido y los motoristas encendían los fotos de sus vehículos por iguales razones. El resto de los espectadores se persignaba en una silenciosa rogativa por el descanso eterno del difunto.
Las imágenes, muy bien logradas, de los sapos viniendo del malecón (imagino que antes de allí venían de La Isidora), las garzas sobrevolando la grácil topografía salinense, los guaraguaos estrellándose sobre el Abeyno y las subsiguientes dan ese toque mágico al relato para ubicarlo entre los mejores de tu producción hasta el momento. Todo eso según mi particular gusto literario.
La oración de entrada (“Inventó su Divina Comedia”) se me antoja demasiado explícita por lo que te recomendaría la elimines. No parece encajar bien en el texto y lejos de darle fuerza a la narración, la debilita y empobrece. Como siempre digo, el autor (a) tiene atributos soberanos sobre sus producciones y lo que señalo son sugerencias que parten de mis percepciones de la realidad y la literatura que necesariamente ni tienen que ser tomadas como palabra santa ni acatadas por el autor (a).
Te felicito grandemente, Edwin, y te exhorto a continuar creando.
Josué
Saludos Edwin. Ese entierro mete miedo. Pienso en un amigo que quiere un mausoleo en la Isidora, pero si no quedan lotes, se me hace que es muy tarde para eso. Ahora tiene que pensar y hacer las cosas bien para que no termine como un jacho centeno.