Inventó su divina comedia.  A paso lento se dirigió hacia la Iglesia. Las campanadas resonaban irónicamente como si quisieran contarle una historia…

—Sigue hasta el final, allí te espera con su sotana dorada.— Susurró una voz.

Los sapos conchos saltaron desde el malecón hacia la Monserrate para presenciar la entrega. Las garzas volaban y los guaraguaos se estrellaron sobre el Abeyno.

Los bolos del billar de Abelardo cerraron sus ojos y el coime le puso la tranca a la puerta. El número ocho guiño un ojo. Toño Guinea soltó el taco y arrancó a correr cuando también cerraron las puertas del negocio de Domitila, Daniel y Blas Bono.

El camposanto estaba sobrepoblado y al caer la noche con una lumbre buscaba sus cenizas sobre la mar.

©Edwin Ferrer 2-25-2010