Pelear  no es fácil.  Más fácil es cuando dominas a un oponente con palabras sin tener que tirar un puño.  No se derrama sangre ni se tienen ataques de adrenalina.

Para el campeón mundial, esta no era la realidad.  Cada vez que su esposa iba a ver sus peleas, sufría más por la caída del oponente que celebrar la victoria de su marido.

Era bueno en el ring y al salir de cada pelea, su pareja le reprochaba la dura pegada.

Era bueno en su trabajo, más sin embargo, al llegar a su hogar las cosas cambiarían.

Una noche en Las Vegas, después de una pelea estelar, ella no se apareció.  Al llegar con sus ojos achinados, la cara ensangrentada  y las narices achatadas, enganchó los guantes, cayendo derrotado al ver su casa vacía.

© Edwin Ferrer 2/28/2010.