Sin apartarse totalmente de las marcas de Hollywood, la película Invictus, protagonizada por
Morgan Freeman y Matt Damon, nos invita a reflexionar. Está focalizada en un suceso único, como si fuera una foto. El presidente Nelson Mandela privilegia con su atención personal al equipo de rugby, integrados por jugadores blancos y solo uno negro.
Habla con ellos, aprende sus nombres, establece una relación cercana con el capitán del equipo. Los trata como personas. El presidente sabe que para la reconciliación nacional necesita a todos los ciudadanos de su País. Todos deben jugar en el equipo y estar conscientes de que el bienestar de éste es más importante que las ambiciones personales de cada jugador. Para reconciliar a una nación hay que sentirla como nuestro equipo, hay que sentirla nuestra.
¡Qué mucho tienen que aprender los dirigentes de la clase política de Puerto Rico! Se sienten diferentes del pueblo, no son parte del equipo. Juegan su propio juego, con egoístas reglas y así, desvinculados del pueblo buscan su bienestar personal. Contrario a Mandela, lo dividen enajenándolo con mentiras, con dádivas para comprar sus votos, perpetuándolo en la dependencia, que no es otra cosa que condenarlo a la miseria.
En nuestro País también se necesita una reconciliación nacional. Es urgente encontrarnos en nuestras vastísimas concordancias y respetarnos en nuestras ínfimas diferencias. Solo así construiremos un proyecto de País. Gran parte del pueblo está listo, ya estamos en el umbral de reunirnos como equipo y para eso hay que despedir a la vieja, caduca y trasnochada clase dirigente. Necesitamos verdaderos líderes como Mandela, no construcciones de las agencias de publicidad ni muñecos al servicio de la podredumbre social y moral del País.
Invictus nos arranca lágrimas ante la emoción de un pueblo unido, pero muchas de ellas por el nuestro. Dice Luis Rafael Sánchez: “No llores por nosotros, Puerto Rico.” Entonces hay que formar el equipo.
©Ramonita Mayté Reyes
La autora es miembro de la facultad del Departamento de Español de la Universidad de Puerto Rico en Humaco.
Este escrito de la profesora Reyes no son meras palabras trilladas que se lanzan al vacio. Son voces que se lanzan contra las rocas para que estallen contra nuestros rostros, que inmutables ignoran la realidad del País.
Ciertamente la especie política nuestra está a millones de años luz de la singularidad de Nelson Mandela y ciertamente hay que despedir a la vieja y caduca y trasnochada clase dirigente. Pero también los demás, debemos romper el ciclo de complicidad, que se asume de mil maneras, pero todas entroncadas en la indiferencia o amigas de reírle las gracias, si queremos de cierto caminar por las rutas de la reconciliación para gestar un propósito común.
La terquedad de los gobernantes, en cosas tan sencillas como insistir en cambiarle el nombre a una edificación, contra el deseo de la inmensa mayoría y contra lo que dicta la razón, no son acciones para reírle las gracias a los políticos que así actúan, porque de ahí a permitirse cosas más serias y graves es un paso al que abona la indiferencia ciudadana.
La reconciliación no supone permisividad de lo mal realizado, sino entendimiento de la maldad para mediante otras maneras de obrar superarla unidos.
Tampoco es impunidad, sino castigo justo y generoso para de surja del propio castigado la conciencia rehabilitadora que lo lleve a pedir perdón y ser perdonado.