Cayó por drogas en el patio de su casa. Cuando llegó la policía con la orden de cateo la cicatriz de su frente comenzó a destilar melao de caña sobre la palidez de su rostro. Sintió que un tren
atravesó sus costillas de azúcar negra impidiéndole el movimiento. Bajó las varetas[1] de sus ojos para dejar pasar los vagones que aplastaron su alma antes de llegar a la jefatura.
¿Sería por la falta de trabajo o por las míseras condiciones que lo tenían atrapado en aquel muelle abandonado? Tal vez sintió que aquella lancha repleta con sacos de una sustancia extraña abrirían los surcos de su esperanza. Su hijo menor lo agarró de los pantalones, su madre le dio un abrazo, los vecinos se pusieron tristes y la esposa se desmayó. Cuando lo encerraron tras las rejas se inyectó una jeringa de guarapo y se quedó dormido.
©Edwin Ferrer
[1] Cada una de las vallas utilizadas para detener el tráfico de la carretera mientras cruza el tren.
Aplausos Edwin, muchas veces el hombre se refugia en drogas por impotencia ante la adversidad, el amor cura estos asuntos pero hay tan poco amor en el mundo de hoy!
Un abrazo y sigue escribiendo que eres muy bueno.
Gloria
Edwin eres un maestro en el arte de relatar tanto en tan poco.
Triste, por demás.
Muy triste
Triste pero real. Los vicios crecen ante la desesperación, porque no todos estamos hechos del mismo temple. Es fácil predicar moral cuando no se conoce la necesidad cruda.
Tu relato, muy bueno para reflexionar. Me gusto, bueno para ejercitar el pensamiento tempranito y comenzar mi día con empaíia, tolerancia y amor.