Un leñero sexagenario  que vivía solo en una pocilga salió a caminar por el pueblo y notó  que al viejo cuartel militar lo habían convertido en una casa de adopción para  animales. Curioso entró al establecimiento donde albergaban  perros  de todas las razas. Un veterinario le preguntó:

— ¿En que lo puedo ayudar?

—Me siento  solo y  me gustaría adoptar una mascota. —contestó impacientemente.

Los  ladridos de cientos de perros lo estaban volviendo loco.  Recorrió los pasillos hasta postrarse frente a una jaula en la que dormitaba un escuálido, maltratado y ensangrentado  animal, color rojizo, azul y blanco con una estrella en la frente.

— ¿Por qué  no ladras?—le pregunta al can.

Con la mirada afligida y a penas moviendo la cola  le contestó:

—Ladré toda mi vida hasta que llegué a casa blanca y allí me cayeron a palos.

— ¡Ya se!—Te adoptaré  y te llamaré  Libertad.

Esa misma tarde, antes de llegar a su casa, el viejito compró una hamburguesa doble  en Burger  King y le dio la mitad a su nuevo amigo.  Al caer la noche se oyeron ladridos de rabia y agonía. Temprano de madrugada el leñero se tropezó con una figura alargada y tiesa con una estrella apagada botando una espuma blanca parecida a la crema de afeitar.

©Edwin Ferrer