Llegó a las cuatro de la mañana a la agencia pública. Miró a su alrededor y se apuntó en la lista. Su turno era el cuarenta. El acondicionador de aire no funcionaba y hacia un calor sofocante. El vaho expedido por algunos de los clientes era insoportable. La inconformidad se manifestaba en los presente con maldiciones y gritos estentóreos. Quiso explotar y decir una palabra obscena, pero se contuvo.
Se sentó en una silla forrada en hermoso vinil amarillo a esperar su turno. Los empleados de la agencia gubernamental, al pasar por su lado, le decían que pronto lo atenderían.
Cuando lo llamaron, solo quedaba una mancha líquida en el hermoso vinil amarillo de la silla.
19 de julio de 2010
©Edelmiro J. Rodríguez Sosa
Don Vicente Rodríguez, padre de Russell Rodríguez decia con gran razón: Alguien tiene que joderse. Hacia alusión a la socorrida trama de las películas de vaquero americanas de los años 40 y 50 y que perdura hasta nuestros días. Sospecho que nunca pensó que su apreciación alcanzaría en la vida real boricua niveles inconmensurables al punto de ebullición, petrificación y como en este caso, de maleación.
Saludos, Edelmiro.
El relato me gustó por varias razones. Primero por el tono en que lo cuentas y aunque no está escrito siguiendo una estructura narrativa compleja, lograste hacer algo que es más fácil decirlo que hacerlo: traspasaste el umbral de lo anecdótico para entrar al plano de lo fantástico. En otras palabras has entrado al territorio de lo real maravilloso o realismo mágico, que en resumidas cuentas viene a decir lo mismo.
Recuerda que a los textos, como a nuestros hijos, hay que educarlos, pulirlos de estilo y maneras para que sean lumbreras en casa y en la calle. En otras palabras, tenemos que revisar nuestros textos constantemente porque ellos han de hablar por nosotros una vez partamos hacia el misterio.
A mí, esa es, claro, mi manera de ver tu texto, me parece que el penúltimo párrafo y la aclaratoria en el último, seguido de la segunda coma, vienen sobrando, porque matan, de dos balazos innecesario, lo fantástico de su final.
Te sugiero que te cuides del “seseo” y de las descripciones excesivas.
Sacando a parte esas pajitas que pueden ser removidas sin mucho trabajo, este es, de los que te he leído, el que más me agrada, por lo que te dije arriba.
Te felicito.
Me recuerda la colecturia, el banco cuando las personas necesitan préstamos y todas las agencias de servicio social.
Edelmiro!!!!!!!!! ESta escena surrealista se repite en todo latinoamérica. Acumulas orina en la espera, te vas llenando de bilis, mientras los empleados, pseudópodos de la vagancia e impericia te sonríen socarronamente y uno siente ganas de patearles el trasero y se descubre imaginando un mantra para no explotar.
Los gobiernos y sus deficientes servicios pueden alterar las emociones y causar iras que consumen. Pero tal vez, convertirse en mancha es una gesta intelectual y el rastro licuoso del que escapa hacia paraisos donde no existen las burocracias infernales.