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Todo le causaba gracia: la gallina picoteando el maíz, el gato cazando al ratón, la gota de agua en el grifo.

Ni el hambre le borraba de la cara la sonrisa.

No aprendió las letras, tampoco las matemáticas. Confundía los colores. Pero a todo le inventaba una canción.

Si le gritaban: — ¡Quítate de ahí, muchacho, no seas tan majadero! Casi al unísono entonaba una melodía alusiva.

En el velatorio del padre tuvo un acceso de risa que le duró una semana y cuando la madre lo abandonó empezó a reír de tal manera que daba pena verlo tan contento.

© Josué Santiago de la Cruz

 

Iliustración: Democritus – Hendrick ter Brugghen (1628)