De niña, solía corretear por la sala de la vieja casona. Día tras día
hacía lo mismo, deteniendo mis pasos ante la imponente pintura de los
bisabuelos. Siempre terminaba el recorrido embelesada ante aquella
imagen: 200 años de historia detallada en pinceladas de diversos
colores. Desconocía la historia detrás de las enmascaradas facciones
de los bisabuelos. Me llamaba mas la atención, el rostro de negra
africana, alterado por un experto pintor, de mi bisabuela. Su perfil
reflejaba, no la verdadera historia de una mujer dominada por las
circumstancias de la época en que vivió mucho antes de venir a esta
casa, más bien sus facciones fueron rediseñadas, luego de la
emancipación, con el único propósito de esconder su pasado. Su tez
suave y rosada sin arrugas presentaban una imagen juvenil, pero sus
ojos, aquellos ojos no podían mentir. Había en ellos un profundo
vacío como si la vida los hubiera abandonado.
estacion-de-aguirre1Esta era su casa, aqui vivieron sus últimos años, su vida de hombres
libres.
Mi bisabuela prefirió que sus descendientes la recordaran de una manera menos dolorosa. Por ello tomó la fotografía original y la escondió en un cajón del sótano donde permanecería lejos de los ojos curiosos de sus familiares hasta ese día, en que merodeando, la curiosidad me llevó hasta ella.
Allí vi la verdadera historia: un rostro decrépito con surcos de
dolor convertidos en arrugas como un ramo de uvas secas, señales de
los horrores de la esclavitud.
Ante el lecho de muerte mi abuela reunió a todos diciendo: –Tome
cada uno lo que quiera de la vieja casa, esa será su heredad. Mi
madre escogió la pintura. Yo, ya toda una mujer corrí hacia el
sótano en busca del viejo retrato. Busqué entre los cajones allí
abandonados la historia de mi descendencia mas no lo encontré.
Desapareció mi linaje.

©María del C. Guzmán