La primera vez que lo vi fue en la calle Barbosa esquina Muñoz Rivera frente a la tienda Valdelluly & Segarra. Era un hombre alto de tez cetrina, ojos negros inexpresivos y pelo blanco abundante. Su barba desgreñada y bigote, también blancos, a penas dejaban ver la boca. Cargaba sobre hombro izquierdo una mochila de tela, quizás confeccionada por él  mismo. En ella guardaba celosamente sus fracasos e ilusiones.

Como tantos otros vagabundos que llegaban a Salinas, nadie sabía su procedencia. Unos decían que era de Ponce, otros de Juana Díaz, otros de Villalba y otros de lugares tan distantes como Mayagüez. En fin mencionaban casi todos los pueblos de la isla.

A don Goyo se le tenía como a un loco más. Hablaba de un mundo incomprensible para los que al pasar por su lado lo escuchaban.

A veces me detenía ante él para ver si podía descifrar el contenido de su perorata. Entre unos pensamientos inconexos le oía hablar de temas agrícolas, sobre todo, de la importancia de cultivar la tierra para alimentar al puertorriqueño. Hablaba de que el agricultor puertorriqueño estaba abandonando el campo para irse a trabajar a las fábricas de la ciudad. De las grandes extensiones de tierra en barbecho. Habla de que él sería el agricultor que saciaría el hambre de los boricuas.

Un día comenzó a sembrar gandures a ambos lados de la carretera que conduce de Salinas a Guayama. Las semillas las sacaba de su mochila. Parecía como si dentro de la mochila se multiplicaran como se multiplicaba el aceite y la harina en Serepta.

Sembró gandures desde La Carmen hasta el Coquí. Por el día se le veía caminar carretera arriba y carretera abajo, sacando yerbajos aquí y allá para que los gandures crecieran saludablemente. Como un agricultor avezado, cuidaba amorosamente su finca.

Cuando las matas de gandures estaban listas para la  cosecha, don Goyo desapareció y nunca más se supo de él.

Muchos fueron los que cosecharon por largo tiempo el fruto de las matas de gandures de don Goyo. Por las mañanas se veían a lo  largo de la carretera padres y madres cosechando gandures para alimentar a sus familias.

Don Goyo en su sapiensa  que algunos llamaban locura, se fue a otros lares a dar el ejemplo de que vale la pena sembrar la tierra.

© Edelmiro J. Rodríguez Sosa

29 de septiembre de 2011.