Freddy creció en la Ciudad Perdida. Aunque tenía una personalidad algo retraída, jugueteaba con todos los niños del barrio. Acostumbraba ir a la Iglesia todos los domingos y en tiempos del Padre Torres, fue monaguillo.
Ya de joven se inició en la fraternidad Eta Epsilon Sigma, que era una agrupación de jóvenes estudiantes con inquietudes tanto cívicas, como intelectuales.
Fue un estudiante sobresaliente. Eso lo llevó a estudiar en el Colegio de Mayagüez, como era el deseo de su familia. Pero al cabo de un año encontró que aquello era muy técnico para él. Fue entonces que decidió escribir su propio poema. Un poema de versos y estrofas sobre un hombre diferente. Regresó a su Salinas con una personalidad nueva. Ya no actuaba como el común de la gente y por eso comenzaron a percibirlo de manera diferente.
No quiso ya vivir en el mundo que vivía la gente y creó el suyo propio. Se despidió del mundo, aunque a veces regresaba a él.
Un buen día decidió que sería deambulante. Se hizo de una mochila en la que cargó con todo lo necesario para sobrevivir en las condiciones más inhóspitas. Llevaba en ella sus versos existenciales: frisas, comida enlatada, abridor, una mini hornilla que él mismo preparó, fósforos, gas kerosene y muchas otras cosas.
Con su caminar pausado y mochila al hombro, poetizaba la vida sencilla. Glorificaba vivir el día de hoy, sin preocuparse por el mañana, como lo aprendió del Nazareno. Así declamaba con su vida que lo importante es ser, no tener.
Se dio a la bebida. Tomaba ron lava gallo, que así le decían al Bacardí, porque era el más barato. Cuando no tenía dinero suficiente, entonces, tomaba vino de cocinar Canario o El Pavo. Los efectos del alcohol en él fueron sus versos trágicos.
En sus borracheras dejaba de bañarse y sus ropas se convertían en andrajos malolientes. Su hermano Marcial y Titi, su cuñada y otras personas bondadosas muchas veces lo rescataron de ese estado. Lo bañaban lo recortaban y le proporcionaban ropa limpia. Pero invariablemente zozobraba atrapado en su verso embriagador.
En sus horas de frenesí alcohólico le dio con romper las vitrinas de las tiendas del pueblo. Prefería las vitrinas de Abraham Nieves, quizás porque el establecimiento de esa tienda le robó el Teatro San José. Un día abandonó ese poema, quizás porque se dio cuenta de lo inútil de su acción.
A veces desaparecía y trashumaba en otros lugares, lanzando poemas al viento. Lo vi componiendo poemas de vida en Salinas, luego en San Juan, Cayey y Ponce. A todos estos lugares se trasladaba a pie, soñando y lanzando al aire poemas existenciales que nunca fueron publicados.
Sin embargo, su más bello poema lo compuso alrededor del templo parroquial. Rememorando sus días de niño, nunca se apartó de la Iglesia, aunque no entraba. Participaba de la misa desde el escalón que antecedía a la puerta. Su presencia allí eran los versos de Freddy dedicados a Jesús. Estoy más que seguro que aquella asistencia a misa de Freddy era la más apreciada por El Maestro. Freddy era uno de sus pequeños. Por eso siempre lo respeté y él correspondía a ese respeto. Siempre me llamó por mi nombre, aun cuando estuviera sumergido en el más profundo poema embriagador.
Cuando la gente salía de misa, Freddy extendía su mano para pedir unas monedas y así componía el poema más sublime, no por mendigar, sino por la ternura que hacía brotar de cada parroquiano. Los feligreses nunca se molestaron con él y muchos le daban algo de dinero. Freddy los ayudaba de esa manera a ser mejores cristianos porque versificaba en su mano extendida la mano lacerada de Cristo en la cruz.
Ya cargado en años se asentó definitivamente en su pueblo natal, como queriendo escribir su último poema en la tierra que lo vio nacer y así… un día se apagó su musa.
© Edelmiro J. Rodríguez Sosa Julio 2009. Sobre este personaje vea también El Ciudadano Wilfredo Belpre
Nací y me crie en la Guinda (Parcelas Vázquez de Salinas), la zona montañosa de mi pueblo. Al pasar a la Escuela Superior, recuerdo que observaba desde lejos, yo con cierto temor o recelo a Freddy. Al pasar de los anos y luego de conocer su procedencia y su paso por la vida pude percatarme que mis temores eran infundados ya sea por miedo a lo desconocido o a mi propia ignorancia.
Ya de adulto en varias ocasiones me senté a dialogar con él, para así poder desmenuzar algo de su sabiduría. Ahi es que me doy cuenta de sus conocimientos y de su amor por la vida, la naturaleza y por el prójimo.
En varias ocasiones luego lo veo pasar por mi comunidad rumbo a la Piquina, por la carretera numero 1, siempre con un saludo particular con su mano.” Freddy, hacia dónde vas? “, le pregunte en una ocasión, con la palma de la mano señalo hacia las Tetas de Cayey.
Freddy fue mi mejor amigo. Nos criamos en la Ciudad Perdida y logramos estar juntos de primer a cuarto año. Luego él fue a Mayagüez y yo a Río Piedras. Siempre que coincidíamos, hablábamos de nuestra niñez. Regularmente nos sentábamos en un banco de la plaza a platicar. Muchas personas se sorprendían al verme con Freddy, como si fuera algo fuera de lugar y lo que no sabían era que la mayor parte de nuestras conversaciones eran consejos de él hacia mí.
En un momento dado, estando yo trabajando en el área de Ponce, una compañera de oficina me comentó que había visto “al loco más inteligente” descansando en la acera frente a su casa. Se refería ella a que a este loco no le faltaba nada para pasar un buen rato observando el mundo pasar. Tenía los implementos necesarios para comer, protegerse del clima, y por supuesto un libro para leer…
Lo único que le dije a Nadina Trías, mi compañera de trabajo: no he visto a ese “loco inteligente” pero si está allí cuando regreses, llámalo por su nombre Wilfredo Belpré. Por suerte, al regresar Nadina a su hogar, aún Freddy estaba allí. Al llamarlo por su nombre, él reaccionó preguntándole cómo sabía quién era y al saber que fui yo quien le dio su nombre le dijo: “mi mejor amigo que nunca me ha rechazado…”
Nadina en su hogar tenía un pequeño apartamento el cual alquilaba a estudiantes universitarios, y se lo ofreció a Freddy para que lo utilizara si lo deseaba. Freddy aceptó y quiso cambiar su vida ahí. Nadina trajo al barbero, ropa nueva, zapatos, en fin Freddy regresó a la normalidad gracias a la nobleza de esta señora. Cuando Nadina me informa de su huésped, lo visité junto a mi esposa con frecuencia y le llevaba libros que el me pedía.
Tres meses después, un día me llama llorando que cuando llegó del trabajo y le llevaba su comida, encontró una carta donde Freddy nos daba las gracias por lo que se había hecho por él, ndicando que esa no era su vida… Como tres semanas después lo encontré como de costumbre frente a la Iglesia en las mismas condiciones que solíamos verlo. Hasta que el Señor lo reclamó porque necesitó “un loco inteligente” a su lado.
Edelmiro, este relato se me metió en el alma, describes un juglar callejero, vagabundeando por el mundo y bendiciendo poéticamente a los fieles que asisten a Misa. Tu personaje, no es un desvalido, es un bienaventurado, decide dejar la vanidad cotidiana, esa que tan lejos nos lleva del Altísimo, decide ser rey, vestido de mendigo, no creas que tu hombre no tiene luz propia, en cada uno de nosotros, los poetas de todos los tiempos, hay algo de lo que tú bien muestras.
Gracias por traerlo a esta página y derramar esta ternura que nos llena el corazón.
Cariños.
Gloria
He visto muchos Freddies en el mundo, pero al verlo con tus ojos me conmociona y me llena de orgullo porque todavia hay personas en mi pueblo, que atienden los efectos humanitarios con nobleza y respeto. Excelente amigo.
Ciertamente muy buena estampa, una historia de nobleza humana que dignifica al sujeto que la protagoniza. Una forma de decir que el Cristo que habita en todos hace versos para armonizar con ellos al universo. Una manera de sugerir que la vida es un preludio de versos que siempre culmina en poema, para colmar de belleza y amor las moradas infinitas.
Una estampa conmovedora, escrita con el respeto y la elegancia del escritor que sabe lo que cuenta y respeta, como lo hizo claro, el sujeto contado.
Tengo una foto de Belpré que le tomé la última vez que visité Salinas. Después de tantos años sin verme me reconoció “Hola Josué” , me dijo porque nunca me dijo Joe. Yo me quedé sin habla. Le di un billete de 5 y no me dijo nada más.
Quien escribe asi es un hombre noble, un hombre honorable, de una sensibilidad sin nombre.
Muy buena estampa.