Ella estaba con sus padres y hermanos en El Bocamar.  Se celebraba el dominical Te Danzant.  Eran la cinco de la tarde.

Estaba radiante con su traje de colores, sus mejillas encendidas, su boca carmesí y sus contornos provocadores. Era la Elena de la Iliada en persona.

Cuatro mesas más allá compartían cinco amigos. Entre tragos y risas celebraban cada chiste, ocurrencia o comentario.

Todos sacaban a bailar las chicas de las mesas cercanas.  Nadie osaba invitar a la bella joven que estaba en la mesa con sus padres y hermanos.

Fede era el más tímido de los amigos. Apenas se atrevía invitar a bailar a las muchachas, aunque más de una se moría por bailar con él.  Presentía que la bella mujer escoltada por sus familiares no se negaría.

Se armó de valor, se levantó de su mesa, se acercó a la chica convertida en la luz de sus ojos y cortésmente,  pidió permiso para bailar con Nancy, que así se llamaba la mujer que encendió su pasión. Sus padres accedieron y ella coquetamente extendió su mano.

La vellonera tocaba el cadencioso bolero Bésame Mucho. La melodiosa voz de José Luis Moneró y las sensuales notas musicales de la orquesta de Rafael Muñoz transfiguraban la rústica pista de baile en salones de palacio.

bailando2Fede la tomó del brazo y la escoltó hasta el centro de la pista de baile. Nerviosamente la unció por la cintura, la acercó a su cuerpo tembloroso.  Ella con gracioso coqueteo se entregó a sus brazos.  El calor de su cuerpo se confundió con el de ella, y ambos, en febril unión, se sintieron en el paraíso.

Fede no regresó más a la mesa de  sus amigos.  Estaba compartiendo la Gloria con la reina del Te Danzant.

©Edelmiro J. Rodríguez Sosa, 13 julio de 2009