Serie Genealogía Salinense
Nací el 26 de marzo de 1939 en una casa al final de la calle José Celso Barbosa de la Ciudad Perdida hace 70 años, cuando mi madre tenía 26 años. Con esto quiero confirmar que en ese lugar mis antepasados vivieron por más de 150 años. Allí nacieron mi abuela Maximina y sus hijos Pepe, Julio, y Panchita. Nacieron también los cinco hijos de mi tío Pepe y mi hermano Coco y yo. Dentro de la pobreza extrema que existía en Puerto Rico en aquellos años logramos crecer y educarnos.
La casa aún existe con un cambio de fachada y paredes sustituidas por cemento, pero su interior es prácticamente igual que la original. La casa fue construida por el carpintero del barrio Don Hilario González, quien de hecho, construyó prácticamente todas las casas de la Ciudad Perdida. Una cosa curiosa sobre esa casa es que nunca fue pintada hasta que se reconstruyó con una nueva fachada cerca del 1955. La casa original aguantó los embates de todos los temporales que pasaron y hasta hace pocos años, cuando una de mis hijas la habitaba junto a mami, aún quedaba un recuerdo del huracán San Felipe, cuando una plancha de cinc que voló del vecindario quedó incrustada en la puerta posterior. Esa puerta luego la utilizamos en unos de los cuartos por muchos años más.
Mi madre, Panchita Rivera, era la costurera del pueblo, profesión que aprendió de su mamá, mi abuela Doña Maximina Rivera, quien con grandes sacrificios crió, ademas de a mi madre, a dos hijos adicionales, Pepe y Julio. Pepe se casó con Ercilia Dávila, mejor conocida por Chila, quien era una de las hermanas de Doña Vicenta Dávila, esposa de Cheche el electricista. Esa pareja procreó cinco vástagos y, como era usual en aquellos tiempos, todos vivíamos en la misma casa. Luego Pepe se mudó a Guayama y mi otro tío, Julio, emigró a las fincas de tomate en los Estados Unidos, donde luego levantó su familia. O sea, que en un momento dado, mi familia bajo un mismo techo sumaba 12 personas teniendo como únicos ingresos el de un peón de caña y una costurera a domicilio. Está de más indicar que la situación económica que arropaba al país era una de extrema pobreza pero que nos sobraba el amor familiar. Eran los tiempos del Lamento Borincano.
Como les mencioné, mi madre cargó como primer apellido el de su madre Maximina por que el Dr. Toste Coll no la reconoció oficialmente. Este medico trabajaba en el viejo hospital de Salinas pero era oriundo de Arecibo. Aparentemente era viudo al nacer mi madre. Recuerdo de joven, mi madre me enseño una tumba en el cementerio Wico Lopez en donde fue enterrada Doña Anastasia Toste, esposa del médico. Esta tumba aún existe.
No he encontrado información ninguna sobre el Dr. Toste Coll quien fuera el médico del Hospital de Salinas para la época, más o menos del 1905 al 1910. Él es mi abuelo materno. Hace muchos años atrás leí un artículo en donde se hizo referencia a él, pero realmente tengo duda si el autor era Danilo Cruz o Sergio Rodríguez Sosa. Por alguna razón borrada de mi memoria no conservé copia de ese escrito.
El doctor en cuestión, creo que de nombre Sotero Toste Coll, por desgracia, tiró la cana al aire y luego no reconoció a mi madre. Este desconocido personaje, por la profesión que ostentaba, no procedía de la misma clase social que la gente de la barriada. Aparentemente era un viejo cascarrabias y tenía fama de ser un bruto en el trato con la gente. Mamá siempre me decía que no había hijos sin padre y mucho tiempo después, Luis Muñoz Marín se copió de ella y lo formalizó mediante ley. Por cierto, fuimos de los primeros países que aprobó dicha legislación. Trataré de investigar a ver si logro conocer la vida y milagros de este señor médico para ver si puedo honrar el apellido de mi madre….y por supuesto yo también cargarlo.
Mi padre se llamaba Juan Reyes Quiñones Quiñones, chofer de carro público con línea hasta el área metropolitana. Era natural de la ciudad del café, Yauco. Mi padre, al que todos conocían por Reyito, aparentemente era un galán de película que siempre tenía vehículos del último año y competía con Don Pancho Sécola en el vestir siempre de blanco. Que yo tuviera conocimiento propio, se casó en más de ocho ocasiones oficialmente, más las misas sueltas que siempre se le atribuían. Por supuesto, tampoco me reconoció hasta que las leyes lo obligaron. Tengo un par de hermanos de padre que vivían en el Coquí, que siempre estaban participando en grupos cívicos del poblado. Sus nombres son Reinaldo y Lillian. Los conocí después de viejos y lastimosamente apenas nos comunicamos.
Mi abuela Maximina tenía la bella costumbre de narrar cuentos a sus nietos en las primeras horas de la noche, en el momento de irnos a la cama. Tendría cuatro o cinco años cuando mi abuela, según su costumbre nos narró un cuento a Coco y a mí . Aunque sospecho que para esa época no existía la noche de las brujas, el cuento fue de un misterio tal que se me fue helando la sangre y adelanté el viaje de rutina al baño antes de acostarnos. Al regresar a mi cama, de momento siento un ruido espantoso de algo volando sobre mí y ahí termine la parte que no logré hacer en la letrina. A mis gritos llegó a mi cuarto toda la familia, excepto Coco, mi hermano mayor, quien se desternillaba de la risa en el balcón, celebrando cuán lejos voló la bomba que había inflado.
La pobreza se reflejaba mayormente en las condiciones físicas de la casa en donde vivíamos, que no era necesario entrar a la misma para ver algunas áreas por los rotos de las paredes y del piso. Recuerdo que en una ocasión mi madre sufrió un accidente. Mientras caminaba por la sala cedió una tabla del piso y se raspo la pierna hasta el nivel del muslo. Los protocolos de curación de entonces eran caseros.
Gracias a que mi hermano José Manuel, a quien se le decía cariñosamente Coco, ingresó al ejercito pudimos echar hacia delante. El Ejército representó para muchas familias un medio de superar la pobreza, aún a costa del peligro de muerte que representaba. En aquella época, el gobierno de Muñoz Marín se empeñó en darles educación universitaria a los hijos de los pobres. Con esas ventajas, las aportaciones económicas de mi hermano a la familia y muchos sacrificios, logré llegar a estudiar a la Universidad de Puerto Rico, donde recibí un bachillerato en Administración Comercial.
Mi hermano Coco eventualmente, luego de regresar del ejército, ingresó a la Policía de Puerto Rico y más tarde levantó su propia familia en Ponce. Se casó con la joven Noemí Arizmendi y de esta unión nació una niña llamada Sonia Noemí González y luego un varón llamado José Manuel, mejor conocido por Coquito. Mi hermano trabajó 30 años en la policía y par de años después, un cáncer minó su vida y falleció.
En cuanto a mí se refiere, indiqué haberme graduado de Administración Comercial pero nunca he ejercido un minuto en esa profesión directamente. Ingresé a trabajar para el Gobierno de Puerto Rico en el Departamento del Trabajo, en Guayama y escalé todas las posiciones, desde Entrevistador de Empleos I hasta ser ayudante especial del Secretario del Trabajo, puesto donde terminé mi carrera con el gobierno, luego de 30 años de servicio.
Iniciándose mi carrera con el gobierno también comencé la mía propia cuando un día 28 de diciembre del 1963, día de los inocentes, contraje nupcias con Dilia Torres Santell, la hija de la hoy centenaria Doña Francisca Santell y Don Lope Torres, qepd. Fruto de nuestro matrimonio son cuatro tremendos hijos: Edgardo, enfermero graduado, Ruth Dilia, supervisora regional en el Departamento de la Familia, Ruth Amarilis, operadora en Wyeth, y Roberto, propagandista médico. De ellos tenemos ya cinco nietos y otra que recién nació en enero de 2010.
Luego de retirado, he tenido experiencias en diferentes campos como asesor de varios patronos, brindándole asistencia profesional relacionada con mis experiencias en el Departamento del Trabajo.
Durante mi incumbencia como ayudante del Secretario del Trabajo trabajé para dos secretarios. Con Juan Manuel Rivera González aparezco en uno de los retratos, mientras Néstor Figueroa Lugo nos está entrevistando en el Colegio Regional de la UPR de Ponce. En otros retratos comparto con el Secretario Ruy Delgado Zayas en distintas reuniones con líderes obreros del país.
Pero lo más que me apasiona es trabajar en toda expresión de arte: pinto en acrílico, tallo en madera, hago trabajos en mosaico y preparo adornos navideños en madera. Sin embargo, reconozco que soy… aprendiz de todo… maestro de nada. Tal vez, este loco tiene muchas cosas en sus arcas, menos dinero. En la navidad pasada elaboré un nacimiento para la Farmacia Mellybert de Salinas. El adorno de la farmacia midió 8 pies de alto por 8 de ancho. Mi obra más reciente es un mosaico de la Virgen de Monserrate que pronto exhibiremos y que figura en uno de los retratos.
Les cuento ahora una anécdota de cosas que he hecho pero que muchos se sorprenden cuando muestro la evidencia. Hace años filmé tres comerciales junto a mi hijo Robertito y Walter Rodríguez para la compañía Dominos Pizza. Estos comerciales estaban dirigidos a América Central y nunca los usaron en Puerto Rico. Muchas personas creen que no digo la verdad y por eso prefiero no comentarlo. Otra experiencia fílmica que tengo grabada en VCR, fue mi participación en unos programas de orientación del Servicio de Empleo del área de Ponce. Fui seleccionado como moderador de los mismos en el canal 7 cuando se llamaba Rikavisión. Fueron tres programas, pero como el canal era nuevo y no tenían mucha programación los repetían cuando no tenían nada para retrasmitir. Si nuestro escritor Josué se entera me pone al mismo nivel del amigo de Talas Viejas, aquel que le dio la explicación de que la contaminación en la bahía provocaba que las ballenas se inflaran y flotaran por el aire.
Mi nieta mayor Camille Aguirre Quiñones ya tiene 20 años y está estudiando en la Universidad Católica de Ponce. En este momento sus estudios están dirigidos al campo de Farmacia y de hecho tiene un empleo parcial en la farmacia Mellybert de Salinas. Ella tiene también la habilidad de pintar. Son sus padres Justo Aguirre y Ruth Dilia Quiñones. Su padre fue un atleta muy reconocido que nos representó en varias ocasiones en competencias internacionales en el deporte del boxeo. Fue medallista de bronce en los Juegos Centroamericanos en Santo Domingo. Cualificó para un mundial de boxeo pero un accidente automovilístico le impidió hacer el viaje.
Mis nietos son cinco: Emanuel, que es hijo de Ruth Dilia, Adrián, hijo de Ruth Amarilis, Karla que es hija de Ruth Amarilis, Jeremy es hijo de Robertito y Camille que es hija de Ruth Dilia.
Karla Dirmarie Ortiz Quiñones tiene 12 años. Es hija de Carlos Ortiz (Papiro) y Ruth Amarilis Quiñones. Actualmente es estudiante de séptimo grado en el Colegio Católico del Coquí. Karla tiene en su mente desde pequeña ser cantante y tiene el recurso vocal. Tiene talento de sobra para conseguir esa meta además de que quiere prepararse en sus estudios.
Emanuel Aguirre Quiñones tiene 10 años y también es hijo de Justo Aguirre. Está estudiando en el Colegio Ponceño el quinto grado. Este tiene también una meta definida, quiere ser pelotero profesional. Tiene el talento necesario de llegar a su meta. Actualmente se está destacando en las pequeñas ligas bajo la tutela de su padre en el equipo La Margarita de Salinas quienes representaron a Salinas en las competencias Estatales de Pequeñas Ligas de Puerto Rico.
Jeremy Quiñones Meléndez tiene ocho años, hijo de Roberto Quiñones Torres y Marilyn Meléndez. Actualmente reside en Fort Hamilton de New Jersey con su madre. Está estudiando el tercer grado en el sistema escolar del Estado. Siempre que tiene vacaciones las pasa con su padre acá en Puerto Rico.
Adrián quien cumplió un año el pasado julio es hijo de Ruth Amarilis Quiñones y Héctor Bernier. Todavía no se ha expresado de cuál será su futuro pero las actuaciones indican que será uno bien activo.
El pasado mes de enero llegó mi sexto nieto, una niña hija de Robertito que recibió el nombre de Amanda Sofía Quiñones Figueroa. Imaginen la alegría.
En medio de mi séptima década de vida, los recuerdos se agolpan en mi espíritu y las preocupaciones sobre el futuro de mis descendientes en mi cabeza. No obstante, me anima la esperanza porque los puertorriqueños pertenecemos a una estirpe de gente rebosante de fe y capaz de sobrevivir en las más desfavorables circunstancias. Siete décadas después, sigo adelante tallando con mis manos el futuro de mi familia y de mi pueblo.
©Roberto Quiñones Rivera
Colaboradores: Lilia E. Méndez, Sergio A. Rodríguez Sosa
La historia de un solo ser humano puede revelarnos la historia de toda una nación. Lo que relata Roberto en este texto fue el mismo cuadro de acontecimientos y condiciones que le tocó vivir a la mayoría de los puertorriqueños hasta 1960. Su testimonio personal corrobora datos que nuestros historiadores por otros medios han extraído para reconstruir lo que fue nuestra historia nacional en una época de transformaciones.
Esta serie que titulamos Genealogía salinense fue iniciada precisamente con la intención de que las historias de familia de nuestra comarca nutran las fuentes disponibles para repensar lo que ha sido y es el maravilloso conglomerado de existencias que a lo largo de tiempo han coincidido en este espacio que llamamos Puerto Rico. Cuéntenos y rehaga para las generaciones futuras los lazos genealógicos que se proyectan al porvenir.
La invitación a participar en Encuentro al Sur está abierta.
Muchas veces una voz de aliento es la chispa que enciende una nueva vida…a Roberto, Iris, Edelmiro, Charito, Edwin, Josue…muchas gracias por sus comentarios… verdaderamente me han hecho el dia….
Buen comienzo para algo que vislumbro materializado en un libro sin duda interesantísimo. La historia es un cúmulo de vivencias individuales y comunes que definen la personalidad y sicología de un pueblo o una región. Salinas necesita, como dijo Edelmiro, más gente como tú, Roberto, que se atrevan a decir sin miedo las cosas que deben ser dichas.
Este espacio que Sergio ha montado, con la tesonera colaboración de Lilia y gente como los que aquí colaboran es un baluarte importantísimo para el logro de obras como la que veo venir de tu autoría. Nada más necesitamos divorciarnos de aquellas menudencias de espíritu que en el pasado nos impidieron realizar lo que hoy emprendemos porque de lo contrario no alcanzaremos lo anhelado.
Tenemos que patrocinarnos si es que queremos dejar una huella. Tú entiendes, porque lo practicas, lo que quiero decir. Sin patrocinio y solidaridad no llegamos lejos.
Te felicito y agradezco, públicamente, toda tu ayuda. Con 3 ó 4 personas como tú hacemos maravillas.
Un recuento histórico, muy salinense y ejemplar para todos nosotros, sentimos amor familiar y sobretodo a nuestro pueblo. Es un orgullo tener compañeros como Roberto que nos hace parte de la familia a través del amor que emanan sus letras. Muy bonitos los mosaicos y su arte, adelante hermano. Saludos. Edwin Ferrer.
Don Roberto,
Felicidades por esta información tan linda para recordar e importante para los que no conocen de su vida personal, profesional y familiar, especialmente, para los que como yo (los que tenemos la misma edad de sus hijos) aprendamos lo que es la historia de nuestros queridos salinenses.
Me tocó mucho como describió lo de la casita de sus padres(me identifico mucho con eso, y usted sabe por qué). Esas casas tienen una historia inmensa, y si sus paredes pudieran hablar, no terminaríamos escribiendo…jaja.
Salúdeme a sus hijos, y de nuevo, le felicito y le deseo, que vengan por lo menos, dos o tres décadas más de felicidad, amor, y bendiciones para usted y su familia.
Saludos desde Tampa, Florida
Charito Ibarra
Roberto, !qué emoción al leer tu picelada de autobiografía! Te recuerdo siendo yo niño, me llevas solo dos años. Conocí a tu papá, a tu mamá y a tu hermano Coco. Fuimos vecinos en la Ciudad Perdida. Yo vivía en la calle Degetau al lado del negocio de Pepe Melero, a par de pasos de tu casa.
Al igual que tu familia, la mía salió de la pobreza gracias a los estudios. Sin dinero, pero con unos deseos de progreso y con la ayuda del programa de becas implantado por el entonces gobernador, don Luis Muñoz Marín, salimos hacia delante. Así mi madre, al igual que la tuya, pudo forjar cinco profesionales graduados de la Universidad de Puerto Rico: Dante, Lola, Amilcar (Koko), Sergio y Yo.
Te felicito por ser un salinense auténtico, de los que se forjaron con un temple recio y desde la adversidad triunfaron. Salinas tiene que estar orgulloso de ti y lo está. Hoy cosechas tus sacrificios y desvelos. No solo triunfaste y lo sigues haciendo, como estudiante y profesional, sino como hijo amante de tu querida madre, Panchita, a la que siempre rendiste honores. Hoy tu familia y tus pasatiempos te endulzan la vida, pero más te la endulza el divino maestro a quien le brindas culto de adoración en tu amada Iglesia Católica.
Si hubieran muchos Robertos en Puerto Rico otra sería nuestra patria.
Saludos querido amigo.
Qué bellos recuerdos sobre “nuestras” vidas en la Ciudad Perdida, donde tuve el privilegio de conocerte y parte de tu familia. Con especial cariño tu mamá, quien me hizo unos trajes preciosos. También recuerdo cuando Coco llegó del ejército y su habilidad para hacernos reír. Pero lo más que recuerdo fue cuando ustedes organizaron el famoso “Lost City Club”…. Fue así, o mi mente (o el tiempo) me engaña?
Gracias por compartir y dejarnos conocer un poco más de su vida ejemplar. Sus trabajos de arte son de alta calidad y le deseo mucha dicha y salud porque usted tiene mucho que aportar a nuestro pueblo. Mis sinceras felicitaciones y saludos.